Los mercaderes en el templo

Misa en memoria del papa Francisco en el Vaticano el 2 de mayo.
07/05/2025
Escriptor
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Para aquellos que sostienen –que sostenemos– que la Iglesia debería ser menos opaca y más abierta a la sociedad, estos días son un poderoso contraargumento: no se pueden abrir al mundo las cuestiones de la fe, porque entonces el misterio se degrada rápidamente a un espectáculo chabacano y casposo, no muy diferente de Eurovisión. Roma es una ciudad magnífica, esto es una obviedad, pero los romanos sufren desde hace tiempo una feroz masificación turística (que aquí también conocemos, con no menos ferocidad), ahora empeorada por las riadas de feligreses llegados de todo el planeta como si fueran tifosis futboleros o fans de las estrellas del pop. El turismo religioso debió de ser una de las primeras modalidades de turismo basura, y nunca ha ido de bajada. Las conexiones constantes de los medios con enviados especiales que se dedican a poner la alcachofa frente al turista que pasa, o en el mejor de los casos frente a algún cardenal que pasa deprisa, combinado con la legión de expertos vaticanistas y analistas de cónclaves que salen literalmente de debajo de las piedras, como algunos insectos, lo acaba.

A muchos de ellos les sería bueno tener en cuenta que la película Cónclave, del director Edward Berger con Ralph Fiennes de protagonista (próximo actor internacional a punto de ser proclamado "un poco catalán") es muy buena –incluido, por supuesto, el magnífico final–, pero no deja de ser una ficción, un thriller con tanto o tan poco parecido con la realidad como la que tiene El Padrino con el mundo de la mafia, pongamos por caso. Puestos a recomendar películas del género, es muy interesante Los dos papas, de Fernando Meirelles, que dramatiza una larga conversación entre los dos últimos pontífices, Ratzinger y Bergoglio, interpretados por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce. Y es buen momento para recuperar La última tentación de Cristo (tanto la película de Martin Scorsese como la novela de Nikos Kazantzakis en la que se basa, que puede encontrarse excelentemente traducida al catalán por Pau Sabaté, y publicada por Adesiara), una historia que presenta un Jesucristo que duda hasta el último momento de su destino. Especialmente necesaria en estos tiempos llenos de payasos siniestros que reclaman mártires y sacrificios humanos para sus causas.

Saldrá el papa que salga, que posiblemente no será ninguno de los que más han sonado durante estos días previos. Pero la cuestión importante es que la Iglesia no se convierta en el siguiente gran poder mundial que coja (que vuelva a tomar) el camino de la involución y el oscurantismo. Fanáticos, charlatanes y oportunistas ya tenemos en balquena, y en el seno de la Iglesia, hace años que los sectores ultraconservadores e integristas preparan sus maniobras para cuando llegara ese momento. No hay ceremonia, ni ritual, ni profecía, que nos proteja del peor daño, que es lo que los humanos somos capaces de hacernos unos a otros. El infierno ya está en la Tierra, y lo único que quisiéramos algunos del nuevo líder espiritual de la Iglesia católica, apostólica y romana es que no contribuya a subir las llamas aún más arriba.

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