El mito de la vida campesina
Ahora que desde la ciudad hemos aplaudido la revuelta de los agricultores y ganaderos, vale la pena preguntarnos si les aplaudíamos a ellos oa nuestras frustraciones. ¿Es un mito la sabiduría campesina? ¿Es un mito la arcadia del campo? La ciudad hace tiempo, hace siglos, que ha idealizado el mundo rural: la paz de los campos, la vida conectada a los árboles, el cielo estrellado. El buen salvaje de Rousseau ha agujereado, al igual que la cabaña de Thoureau. Quien más quien menos tiene el sueño, en nuestro país asociado al abuelo Macià ya las adosadas con jardincillo, de la casa y el huerto. Cuanto más se urbaniza el planeta, más deseo existe de naturaleza en el ser humano. Hace siglo y medio, desde el idealismo científico, Ildefons Cerdà formuló su síntesis: «Urbanizar el campo, ruralizar la ciudad». Se adelantó más en la primera parte del lema que en la segunda. El resultado es que los urbanitas estresados que podemos, huimos los fines de semana en busca del sueño natural, dispuestos a pagar como peaje los atascos de vuelta. La vida campesina como un espejismo efímero y superficial.
¿Y cómo es la vida campesina? También está asociada al coche, a las máquinas, a las pantallas, una vida dependiente y bajo la presión de la ciudad. Las distancias físicas y mentales se han acortado. La «Catalunya ciutat» soñada por los noucentistes es hoy una realidad aunque no se haya hecho siguiendo su ideal, sino a remolque desde hace un siglo de un progreso tecnológico y económico más imperativo que planificado. Casi desde cualquier rincón del país se tarda menos de dos horas y media en llegar a un aeropuerto desde donde puedes desplazarte a cualquier lugar del mundo. Cataluña se ha hecho pequeña y el mundo también. Ya no existen paraísos naturales perdidos. Ahora lo que tenemos es el deseo de naturaleza, sí, pero al mismo tiempo el miedo a perder las ganancias de la civilización: de ahí que la ficción nos muestre tantas distopías de destrucción urbana y de retorno forzado y caótico a una naturaleza selvática, indómita.
Somos rurales-urbanos y viceversa. Las diferencias entre vivir en el campo y la ciudad no son tantas. En realidad, en el campo hay poca gente que viva del campo. En el campesino hay muy pocos campesinos. Quienes esta semana ocuparon Barcelona serán casi todos los que hay: sin duda, la convocatoria fue un éxito fabuloso. Otra cosa serán los resultados que se consigan. En 1900, en Cataluña la población activa agraria suponía el 44,6% del total, hoy es el 1,7%. La superficie agrícola también se ha ido reduciendo (ahora es el 25,6%) y ha crecido la forestal (63,6%). ¿Quién cuida los bosques? ¿Quién saca rendimiento? El abandono es la norma. Los incendios, la consecuencia.
La población residente en núcleos de menos de 5.000 habitantes sólo supone el 10% del total. Si aún hilamos más delgado, tenemos más de 300 micropueblos que representan un 35% del territorio en el que vive menos del 2% de la población. Internet y la pandemia a lo sumo parece que han detenido su tendencia a la despoblación, pero no la han revertido. La conselleria de Salut acaba de ofrecer más sueldo a los médicos y enfermeras que quieran instalarse en los CAP rurales, donde existe una falta endémica de profesionales. Conozco un valle perdido en nuestro país en el que la última reivindicación es que llegue Amazon. El mundo rural no quiere quedarse al margen de los beneficios de la ciudad. Y tiene todo su derecho. Le va la supervivencia.
En el Palau Robert de Barcelona hay una interesante exposición para concienciar a los urbanitas del valor y la gran variedad de los paisajes que tiene Cataluña. El reclamo no es sólo estético, no se apela tan sólo al romanticismo naturalista. También se puede oír la voz de agricultores jóvenes que defienden su trabajo. Para mucha gente de ciudad, la vida rural es cosa de museos, de colecciones etnológicas, de fotos amarillentas, de recuerdos de los bisabuelos... y de resortes de turismo rural. No: en el siglo XXI también hay vida campesina en serio: minoritaria, moderna y esencial. Más cerca de la naturaleza, claro, pero como la vida urbana, también sometida a la burocracia, económicamente estresada y enganchada a la tecnología.