La moción-trampa que Feijóo quiere evitar

BarcelonaEs completamente inusual que un presidente del gobierno en ejercicio anime a la oposición a presentar una moción de censura, que es lo que ha hecho este lunes Pedro Sánchez. La razón es muy clara: Sánchez sabe que quizás no puede superar una cuestión de confianza (Podemos no se la votaría) y que en unas elecciones perdería la mayoría, pero considera que una moción de censura sí podría superarla, ya que ni siquiera Pablo Iglesias se atrevería a juntar sus votos a los del PP y Vox. De hecho, la moción le serviría a Sánchez como una cuestión de confianza bis: quedaría claro que no existe una mayoría alternativa y podría agotar la legislatura.

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En Génova son conscientes de ello, y por eso Borja Sémper ha dicho que la moción serviría para dar "oxígeno" a Sánchez. Pero este discurso es difícil de mantener ante un electorado conservador que no entiende que, teniendo un gobierno corrupto y autócrata como se les hace creer todos los días, no se haga todo lo posible para ahuyentar a Sánchez de la Moncloa. De nuevo, el presidente español logra situarse en una posición de win-win con esta estrategia: si se presenta la moción gana y, si no se presenta, logra debilitar la imagen de Feijóo. Y lo más importante: desvía el foco hacia la oposición, que es ahora la que tiene que intentar explicar por qué no la presenta. En su día Jaime Mayor Oreja popularizó la expresión tregua-trampa hablando de ETA. Pues bien, esta sería, desde el punto de vista del PP, una moción-trampa.

Feijóo es ahora víctima de una extraña pinza formada por Sánchez y Vox, que le reclama día sí día también que presente la moción. Santiago Abascal demuestra tener olfato político para presentarse siempre como el que está dispuesto a ir más lejos para echar a Sánchez. El suyo es un discurso que la gente entiende. En cambio, Feijóo aparece como el hombre que no quiere mancharse las manos, que pretende llegar a la Moncloa sin esfuerzo, simplemente dejándose llevar por la ola mientras otros (el deep state y los corruptos del PSOE) le hacen el trabajo sucio. Y todavía existe un tercer agente que puede trabajar para él: Pablo Iglesias.

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El factor Podemos

La gran paradoja de la legislatura es que el eslabón débil de la mayoría de la investidura no es Junts, como podía parecer al principio, sino Podemos. Iglesias e Irene Montero son los únicos, al margen de la derecha, que no temen ir a elecciones. Es más, consideran que ha llegado el momento de matar a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, a los que acusan de haber urdido un plan para hacerlos desaparecer, de un solo disparo. Para Podemos un gobierno de PP-Vox con el PSOE sumido en una grave crisis de identidad y Sumar disgregado en mil pedazos representa una oportunidad inmejorable para volver a los orígenes y aspirar a sustituir a los socialistas como referente hegemónico de la izquierda española. Bien, esta es la justificación estratégica, pero todo el mundo sabe que el factor de animadversión personal pesa mucho.

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El problema es que en 2025 la situación es muy diferente a la de 2015. Podemos ya no es ese movimiento encabezado por un grupo de jóvenes brillantes que supieron conectar con el descontento provocado por la crisis económica. Aquellos jóvenes hoy se han hecho mayores, se han peleado entre ellos y se han desgastado en los gobiernos. El error de no haber previsto las rebajas de penas a violadores en la ley del solo sí es sí (que todavía no han reconocido) ya estuvo a punto en su momento de hacer descarrilar la mayoría plurinacional y dejó gravemente tocada su imagen. Otra cosa es que ellos quieran asumirlo. Y todo parece indicar que no es así. Iglesias y Montero se han bunquerizado y han desarrollado la tesis de que todos están contra ellos, especialmente muchos de los que hace cuatro días eran sus compañeros de viaje, pero también los medios de comunicación, por ejemplo. El victimismo es ese virus tan extendido en la política como letal cuando actúa como guía política. Sirve para Pablo Iglesias en este caso, pero también podría aplicarse a otros muchos, por ejemplo, a Pedro Sánchez.