Un modelo educativo que no lleva a ninguna parte
El sistema educativo sufre una crisis larga y profunda, pero sólo lo saben y parece preocupar a los que trabajan en ella. En cualquier nivel, primaria, secundaria o universidad, los profesionales se hacen cruces del bajo nivel y escasa motivación con la que llegan y salen los estudiantes. salas de profesores, lugares éstos en los que el desánimo se ha convertido en enfermedad, sea en forma de burnout o de depresión. Debe ser muy cínico para no experimentar los efectos del síntoma del impostor. El concepto enseñar tanto se ha devaluado que nos obliga a mantener un ritual cuyo resultado es decepcionante y casi inútil. Pocos de los estudiantes en las aulas merecen el apelativo de estudiantes, dado que ya no es lo que hacen, no tanto por su responsabilidad como porque las metodologías imperantes establecen que la función de los centros educativos es otra. Los conocimientos se han convertido en secundarios; la memoria, el esfuerzo y el aprendizaje han quedado desterrados en favor del bienestar emocional y las llamadas competencias. Los profesores, desposeídos de su función y liderazgo, deben actuar como animadores de esotéricas dinámicas de grupo. obsesionen.
Lo peor que podría hacerse es culpar a los chicos y chicas de la generación Z, que son los que ahora llegan a las aulas universitarias. Llegan con las condiciones que se les han proporcionado por la sociedad, las familias, el sistema educativo y la cultura imperante. No han leído, no saben escribir, no tienen ningún tipo de cultura general y pocos conocimientos ordenados y sistemáticos. Tienen, dicen, muchas habilidades digitales, pero esto es más un problema que una virtud. Las autoridades educativas se ponen las manos en la cabeza cuando ven los resultados de los informes PISA y TIMSS, pero si se hubieran preocupado de hablar con profesionales, se habrían dado cuenta hace años y hubieran podido actuar en consecuencia. No parece tener una percepción real de la magnitud de la tragedia. Rodeadas y secuestradas por la red de intereses del psicopedagogismo imperante, las administraciones quedan incapacitadas para actuar y replantearse a fondo un modelo educativo que no lleva a ninguna parte más allá del triunfo de la santa ignorancia. Las pantallas han hecho mucho daño, probablemente mucho más de lo que imaginamos, pero aún más los fundamentos errados de un sistema de formación que es el resultado de unos expertos formados en el relativismo posmoderno y que adoran a un falso dios como Michel Foucault o, aún peor, una teórica y activista del fascismo italiano.
En las aulas de las universidades demasiados estudiantes no saben por qué están y desprecian la autoridad académica del profesor. Son incapaces de escuchar más allá de diez minutos mientras interactúan con los fótiles tecnológicos vete a saber para hacer qué. Tienen todos los materiales colgados en aulas virtuales que les convierten la clase, a su juicio, en un ritual bien prescindible. Lo que había sido un entorno de aprendizaje hace tiempo que ha dejado de serlo. Para evitarse problemas, la exigencia es cada vez menor y todo sistema evaluador que no descanse en pruebas no es más que un fraude con el uso primero de la Wikipedia y ahora del ChatGPT. Todo apunta a hacerlo fácil, puesto que la autoridad universitaria penaliza las tasas de repetidores y los docentes son evaluados por las encuestas que contestan a los estudiantes. Todo lleva a no dañarse aunque estemos ante una clara impostura. Un sistema extremadamente burocrático con abundantes mecanismos de autosatisfacción, pero que no soporta un análisis crítico y serio. La sociedad queda por lo general satisfecha porque se proporciona a todo el mundo el grado universitario al que se aspira para los hijos. Una falsa noción de promoción social, porque ahora ya la selección real la realizan carísimos másters que siguen seleccionando por los niveles de renta.
Mientras, en las aulas, los profesores lidian con demasiados estudiantes que no creen que haya nada que aprender dado que, piensan, todo está ya en la red y no les interesa lo que les podemos aportar gente portadora de una cultura libresca, ancestral. Quienes han hecho letras no saben quién es Josep Pla y, menos aún, que existía alguien de nombre Antonio Machado. No diferencian entre un artículo de opinión y una prenda de información. No les suena qué es una metáfora y, mucho menos, un oxímoron. Imposible definir qué es la razón ilustrada o qué se dirimía en la Guerra Civil española. Insisto en que no es un problema personal de estos jóvenes, sino del contexto en el que se les ha obligado a sobrevivir excesivamente entre algodones, padres helicóptero, desprecio al saber, abandono del esfuerzo y estudio como clave del aprendizaje. Un mundo dado a la apariencia ya la riqueza como resultado de un golpe de suerte, sea especulando con las criptomonedas o haciéndose influencer. Mientras, el profesorado huye tanto como puede de las clases y se motiva haciendo los alambicados recorridos en lo que se llama pomposamente carrera académica.