Móviles: no será fácil
Resulta siquiera pintoresco que la administración haya decidido sacar primero los móviles de las aulas que del Parlament. El espectáculo de representantes políticos completamente ausentes mientras uno de ellos habla en la tribuna (a menudo con la intención de decir alguna ocurrencia que pueda hacerse viral) dice mucho de la magnitud del problema. No hace mucho, un político votó en el Parlamento español en contra de lo previsto por su grupo y creó una situación potencialmente catastrófica. A las imágenes de la tele se le veía unos instantes antes manoseando frenéticamente el teléfono (es hiperactivo en las redes) sin hacer mucho caso de lo que estaba pasando a su alrededor. Ahora mismo esto es la norma en cualquier ámbito profesional: los entrañables dibujitos de reunión han sido sustituidos por las efímeras facecias que van segregando las redes de forma ininterrumpida, noche y día. El hecho de considerar socialmente normal que 350, o 135, cargos electos no hagan su trabajo como es debido debería preocuparnos un poco, tal vez. Pero ocurre más bien lo contrario: ver cómo los gobernantes hacen lo mismo que el buen pueblo relaja unos y otros.
No será fácil sacar a los móviles del aula porque muchos padres y profesores de estos chicos y chicas tienen la misma conducta adictiva y compulsiva que ellos. Andan mirando el móvil, hablan con los amigos mirando el móvil, desayunan, comen y cenan mirando el móvil. Y mientras miran las series de Netflix, siguen enviando o leyendo mensajes. Por qué, pues, prohibirlo a los adolescentes? Hacen lo que ven en casa y en la calle, en todas partes. Viven la misma existencia histérica y al mismo tiempo anodina que mucha gente, y lo único que pueden explicar son los lugares comunes de las series que ve todo el mundo. ¿Qué sentido tiene fingir que esto no es así? Me imagino que se esperan que ahora defenderé la lectura y tal y cual. No, la cosa no va por ahí. Leer ciertos libros o escuchar un determinado tipo de música puede resultar enriquecedor e incluso placentero, pero esto no debe contraponerse a la fuerza con la tecnología derivada de la digitalización. De hecho, en un mundo ideal la pantalla del móvil habría sido una contribución excepcional al acceso universal a la cultura. Es obvio que no fue así. El móvil se ha transformado en una suerte de prótesis biónica adherida a la mano y totalmente enfocada al consumo. Los adolescentes que habitan las redes sociales a lo largo de seis o siete horas diarias se han transformado en trabajadores sin sueldo de estas plataformas, que viven de su actividad incesante por partida doble: les proporcionan contenido gratis y son sus consumidores, sea de productos o de publicidad. He aquí un viejo sueño del capitalismo hecho realidad: una especie de fordismo autárquico y sin límites en el que, además, las empresas no pagan realmente impuestos.
No será fácil deshacernos del móvil porque todo gira en torno a la economía de la atención, es decir, de la economía de la distracción si observamos el fenómeno desde otro ángulo. Cuando la proporción entre la oferta de estímulos y la demanda de sus receptores era más o menos razonable, la economía de la atención no tenía su centralidad. Las nuevas redes sociales están pensadas hasta el último píxel de pantalla para captar la atención de los adolescentes y generar una necesidad de conexión incompatible con determinadas actividades. Por eso, cuando se habla de adicción en este contexto, no se hace en un sentido metafórico sino literal, es decir, clínico. Cuando la cuestión se focaliza sólo en relación al consumo de pornografía, por ejemplo, se está ocultando acomodaticiamente que el problema de fondo va mucho más allá, muchísimo más, de ese aspecto concreto. No nos atrevemos a mirarnos a la cara y admitir de manera honesta que existe una grave disfunción social dentro y fuera de las aulas, una anomalía generalizada. Formamos parte del engranaje de la economía de la atención, que puede compararse perfectamente con las viejas cadenas de montaje. La única diferencia es que ahora hacemos el trabajo que nos toca sin cobrar, y también sin protestar cuando se hace un uso claramente abusivo de nuestros datos personales con la intención de mercantilizarlos.
Por experiencia propia, les puedo asegurar que renunciar hoy a uno smartphone ya trae consigo dificultades cotidianas más que considerables. Todo hace pensar que el móvil acabará siendo de uso obligatorio. Conviene recordar que esto ya ocurrió, por ejemplo, en relación con el cobro del salario, cuando los bancos se interpusieron entre la administración o las grandes empresas y los trabajadores. Es probable que con los móviles ocurra algo parecido dentro de poco.