El muñeco colgado de Pedro Sánchez en la calle de Ferraz
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Para los ultras de la organización Revuelta, vinculada a Vox, la idea de una Nochevieja divertida consistió en ir a la calle Ferraz, colgar de una farola un muñeco de Pedro Sánchez y apedrearlo y apalearlo lo, entre insultos y gritos, hasta que lo hicieron pedazos. Simulaban, así, lo que había deseado Santiago Abascal en una reciente entrevista con la prensa italiana: que Sánchez, a quien el PP y Vox presentan como un tirano que se vende la patria por su beneficio personal, sea colgado por los pies, como lo va ser Mussolini. Luego Abascal se desdijo de estas declaraciones, porque los líderes de la extrema derecha suelen tener mucha más boca que otra cosa, pero sus seguidores no. Ellos siguen con la idea de colgar al presidente español, por los pies o por donde sea, y es previsible que nos den su murga habitual, en ese tono irritante que gastan, en este sentido.

El PSOE ha dicho que llevará estos hechos a los tribunales. Está bien que esto se haga, pero lo más probable es que los ultras salgan impunes. Por un lado, porque la afinidad de una parte de la judicatura con la derecha ultranacionalista es suficientemente conocida, pero también porque quemar o destruir imágenes de personajes públicos –especialmente de políticos y gobernantes– suele considerarse como una forma de libertad de expresión. Recordamos, hace casi cuatro años, los hechos de la población andaluza de Coripe, donde un muñeco que representaba a Carles Puigdemont fue quemado y fusilado. Los monárquicos también reprocharán las ocasiones en que se han quemado fotos del rey Felipe VI en concentraciones independentistas. En este caso hay que recordar que es mejor quemar fotos del monarca que dedicarle canciones, porque eso sí puede estar penado con prisión, como bien saben Valtónic y Pablo Hasél.

Sin embargo, el linchamiento de esta Nochevieja nos pone ante dos hechos (dos achaques) de la política española. Uno es la presencia y la influencia no fuerte, sino fortísima, que la extrema derecha ha tenido en la vida pública española de la Transición acá, por mucho que siempre se la quisiera reducir a grupúsculos marginales y residuales. Como organizaciones quizás sí, pero como bajo continuo del debate político, el papel de la derecha ultranacionalista en el despliegue del sistema político e institucional surgido de la Constitución del 78, ha sido determinante. Digamos que aquella idea de que España había pasado, mágicamente, de ser una dictadura fascista a convertirse en una democracia tan modélica que no tenía ni extrema derecha, no acababa de ser cierta.

Y eso nos lleva al otro hecho de que se puede negar todo lo que se quiera, pero que es tercamente real: la extrema derecha se ha desbordado gracias a la carta blanca y la legitimidad que le concede el PP. El principal partido del sistema político español ha abrazado (porque ya lo contenía) el ideario ultranacionalista de Vox y se ha respaldado hasta el punto de gobernar juntos en cualquier lugar donde sumen. Esto es una verdadera emergencia democrática, ya lo largo del nuevo año no hará más que enquistarse aún más.

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