No culpe la democracia

Si la democracia es todavía capaz de proporcionarnos grandes momentos de dignidad cívica, como el domingo por la noche en Francia, es porque la democracia es, ella misma, la dignidad hecha sistema político. Tan blasmada que es ella por ineficiente, y es todavía capaz, también, de contradecir la demoscopia convertida en aquella odiosa profecía del que no hay nada que hacer. Pues no, siempre existen objetivos por los que luchar y, si hay lucha, puede haber victoria contra pronóstico.

El domingo por la noche, X se llenó de “¡Vive la France!” y de la Marsellesa de Casablanca interpretada a pleno pulmón en el bar de Rick para acallar las canciones de los nazis. Era la explosión de la lagrimita izquierdista, aligerada en tiempos de descuento.

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Pero pasadas las emociones, volvamos al origen: si la derrota de la ultraderecha ha sido posible es porque izquierda y centristas fueron capaces de pactar en dos días una fórmula electoral que venciera al Frente Nacional. Es decir, ante un peligro inminente (podemos discutir si pactaron pensando en los partidos o en la República) bien que se pusieron de acuerdo. Pues bien, ese pacto de la noche de la primera vuelta enseña el camino: ante los urgentes problemas de pérdida de poder adquisitivo, de seguridad, de estado del bienestar, o los partidos son capaces de llegar a acuerdos generosos o los volverá a pasar por encima a Le Pen con sus soluciones fáciles, racistas, autoritarias y antieuropeas. En Cataluña hemos echado a menudo de menos esta actitud desprendida de los partidos durante el fallido proceso de independencia. La democracia no es pequeña, la hace esquifida el personalismo y pensar que la sociedad mira la vida con las gafas de los partidos.