No hay ley para los niños migrantes
La semana pasada comenzaron las repatriaciones a Marruecos de niños migrantes no acompañados que estaban en Ceuta desde hacía casi tres meses. El ministro del Interior, Grande-Marlaska, dice que son menores que quieren retornar a su país y que no son expulsiones sino "retornos asistidos”. El ministro puede utilizar todos los eufemismos que quiera pero le está costando hacer pasar su actuación como legal –o incluso, como justa–.
Es un clamor. La ONU, el defensor del pueblo, más de treinta ONG e incluso la Conferencia episcopal han pedido que se suspendan. La fiscalía de menores ha solicitado información y la Audiencia Nacional tiene que emitir un fallo sobre su legalidad. Hay pruebas de que no se les está dando atención individual para determinar si necesitan protección, ni tampoco han tenido acceso a abogados o a información suficiente.
Lo que quieren ellos parece que no cuenta, pero escuchar por qué algunos se jugaron la vida para llegar hasta aquí es lo mínimo que les podríamos ofrecer. Según Save the Children, buena parte de ellos huyen de palizas, de matrimonios forzados, de abusos sexuales y explotación, de la pobreza o simplemente buscan otras formas de vivir. Si el retorno fuese voluntario en todos los casos, ¿por qué hay muchos que han escapado de los centros de acogida y han preferido dormir en la calle o en los montes?
Grande-Marlaska habla pues en contra de la realidad. El gobierno ha intentado que pareciese una operación de un ministro demasiado rigorista que actuaba por su cuenta. Así, no tendrían que enfrentarse a sus propias decisiones políticas en un tema difícil que pone en cuestión su talante “progresista”. En algún momento sustituirían al ministro y podríamos pasar página hasta la próxima “crisis”. Pero esta vez no les ha funcionado.
Lo cierto es que el tema de los menores migrantes pone a prueba toda la retórica de respeto a los derechos humanos de la UE, esa que se activa como mecanismo de superioridad frente a otras naciones e incluso que se ha utilizado para justificar intervenciones militares. Hoy nos indignamos públicamente por el horizonte de opresión que les aguarda a las mujeres y niñas afganas. Sin embargo, cuando llegan aquí les aguardan campos de refugiados como Moira, donde las agresiones y violencias sexuales son habituales, la vida vale poco y la esperanza tampoco es larga. En esos campos, los intentos de suicidios de menores son algo habitual. También en España, los centros para personas sin hogar están llenos de solicitantes de protección que todavía no han sido atendidos y de personas cuya solicitud ha sido denegada. No, pese a toda la retórica, no se protege a los refugiados y no hay ley para los niños migrantes, que no son considerados niños, sino una “amenaza”.
Ya en los últimos meses, la imagen de niños sin hogar se había vuelto cotidiana en Ceuta o Canarias. Niños y adolescentes con miedo a ser devueltos que huían de la policía –hasta hace poco también de los militares–. Otros, preferían vagar que estar encerrados en albergues de emergencia, polideportivos e incluso naves industriales, donde se hacinaban cientos de ellos que llegaron aquí el mayo pasado. Pero no hace falta una situación excepcional para que no sepamos qué hacer con ellos. Este tema se ha convertido en candente para la extrema derecha pero Vox solo instrumentaliza las consecuencias de dejar abandonados a estos menores y extutelados.
Hace muy poco el mismo Grande-Marlaska se ha opuesto a facilitarles el acceso a la residencia y el permiso de trabajo para residir y trabajar porque esto incentivaría a "millones" de jóvenes a emigrar. Lo cierto es que sin papeles, ¿qué posibilidades les aguardan? ¿Qué tendrán que hacer para sobrevivir? En su día el gobierno criticó duramente el cartel electoral de Vox que criminalizaba a los menas pero por ahora sus políticas dicen exactamente lo mismo: no son bienvenidos. El marco está puesto desde hace años. Las políticas de migraciones no se hacen para los migrantes, sino calculando cada voto que se puede perder si se es demasiado “permisivo”. Hay un cierto consenso en que los migrantes que se quieren son trabajadores instantáneos cuyos costes de reproducción hayan sido asumidos por otras naciones y por otras mujeres. Los niños migrantes son un problema porque hay que pagar para que se conviertan en mano de obra. Mientras, los usamos como metáfora de una Europa cercada por hordas de migrantes a punto de asaltarnos y con ese miedo hacemos crecer a la extrema derecha.