Lo que no necesitaban ni el Barça ni Laporta
Todos los grupos críticos con la gestión de Joan Laporta habían pedido a los socios compromisarios del Barça que votaran en contra de las cuentas de la temporada anterior, pero la liquidación fue aprobada. Y lo mismo ocurrió con el presupuesto de este curso. De modo que Laporta superó una especie de censura encubierta por votación interpuesta.
Ahora bien, ni el club ni el presidente están para muchas alegrías. De entrada, la más que precaria situación económica del club parece que no preocupa demasiado a la mayoría de socios. De los 4.331 compromisarios convocados se contaron 932 en el momento en que más gente se conectó, y las cuentas recibieron la aprobación de 452 socios. Con esta participación no puede decirse que la asamblea fuera la voz de la masa social, precisamente. Pero no es nada que no haya pasado toda la vida, porque el fútbol es un territorio de sentimientos donde la estabilidad institucional empieza en los resultados y no en los números.
Por si acaso, Laporta organizó una asamblea a distancia. Protegido detrás de la pantalla, se ahorraba que alguna intervención a la contra pudiera crear un estado de ánimo adverso. No lo necesitaba. Para un presidente de su valentía y sus dotes de convencimiento, la asamblea telemática era una señal de preocupación. Pero lo peor fue el tono de su discurso. Laporta, que dedicó años de su vida a combatir el personalismo de Núñez, dio un discurso victimista. Considerar que la crítica del socio debilita a la institución es volver a la época de las adhesiones unánimes, y explica la psicología de una presidencia rodeada de una guardia pretoriana, en expresión de un exvicepresidente. Laporta no necesitaba una asamblea así. Y el Barça aún menos.