

Woke se ha convertido en el insulto preferido de las nuevas derechas extremas, de Trump a Ayuso. Si te preocupan las desigualdades sociales y las discriminaciones por motivos identitarios –sexistas, raciales, lingüísticos o lo que sea–, ya la has cagado. Eres woke, un ingenuo, un paria al que te han comido el coco unos radicales comunistas y que no sabe de qué va la vida. La vida va de triumfar, de poder, de la libertad para hacer lo que te dé la gana. Los pobres que se espabilen y los diferentes, empezando por los inmigrantes, solo han venido a tocarnos los cataplines y a sacar ventaja de nuestro buenismo. ¿Qué es esa mandanga de preocuparse todo el día por las minorías? Y las mayorías, ¿qué? Y los normales, ¿qué?
Hasta ahora habíamos convenido que en democracia las mayorías decidían, pero con respeto a las minorías. Ahora ya no. Se acabó disimular: que las mayorías arrasen con todas las disidencias. La ley del más numeroso. Si mando, mando y lo resuelvo todo a mi modo. ¿Equilibrio de poderes? ¡No seas anticuado, hombre! Y no me hagas decir mujer, que lo del feminismo ya cansa. ¿Humanismo humanitario, liberalismo de las ideas? Cosas de intelectuales pesados. ¿Verdad que me han votado?, pues manga ancha. Se acabaron las regulaciones públicas, las garantías legales para evitar corrupciones. Todo esto es papeleo inútil, burocracia absurda. Ancha es Castilla: de decreto en decreto, hasta el decreto final.
Así será la nueva democracia autoritaria, una deriva que se está acelerando. La superderecha revolucionaria desprecia a las instituciones públicas, contrapone libertad individual a estado –no el estado como garantía de las libertades individuales y colectivas–, equipara solidaridad con burocracia, cree que todos los pobres y trans del mundo son unos aprovechados, no ve ningún problema en la riqueza obscena de unos pocos –¡merecidísima, solo faltaría!–, está segura que por definición las empresas privadas funcionan superbién y hacen trabajar a la gente como Dios manda. Nunca jamás pueden existir empresas ineficaces, burocratizadas, con trabajadores apalancados y altos directivos que se aprovechan de información privilegiada y cuya principal labor es corromper a las instituciones públicas. No, no, esto no ocurre. ¿Y podría haber funcionarios que hacen bien su trabajo? ¡Vamos, hombre! ¿Dónde vas a parar?
Este maniqueísmo simplista está penetrando en la opinión popular y dando victorias electorales a los destructores del bien común, del ascensor social, de la igualdad de oportunidades, de la defensa de la naturaleza, de las vacunas como garantía de salud pública... Se está poniendo en peligro un ya de por sí precario equilibrio planetario. No vivíamos en el mejor de los mundos, pero por este camino vamos de cabeza a un mundo imprevisible, de confrontación a todos los niveles: entre países, entre clases sociales, entre identidades. No será muy agradable. Tenemos ejemplos no tan lejanos en la historia. Estamos sufriendo en toda regla un ataque de los bárbaros superricos del norte (y del sur). A Trump no le faltan aprendices en su carrera desenfrenada hacia la nada para muchos y lo mucho para unos pocos. En los próximos meses, la reducción drástica de la USAID puede dejar a millones de personas en el mundo en la inanición.
Ni la caída del imperio romano logró eliminar del todo la idea y la necesidad de unos poderes públicos que arbitraran y equilibraran. ¿Lo conseguirá Trump? Ahora mismo, los woke somos el chivo expiatorio, el woke expiatorio. ¿Cómo presentar batalla cultural en un campo de juego tan marcado como el de las redes sociales, donde un insulto puntúa 10 y un razonamiento 0? ¿Debemos esperar a que su espiral de contradicciones y mentiras tarde o temprano les lleve al colapso? Triste esperanza. Porque siempre se puede ir a peor. Es tan fácil destruir y tan difícil construir... La deconstrucción de la democracia y del sector público que ha puesto en marcha el tándem Trump-Musk es letal. La motosierra Milei está de moda. Cuando llegue el momento de rehacerlo todo, si llega, va a costar. Y llegue o no, estoy contento de ser woke: es decir, de no ser un ignorante racista, machista, xenófobo e insensible a la desgracia ajena.