Un nuevo eclipse del mito de Occidente

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Soldats norteamericanos  haciendo guardia al aeropuerto internacional de Kabul

1. Caída. “Nuestra misión era proteger a los Estados Unidos, no a Afganistán, y lo hemos conseguido”. “Los Estados Unidos no pueden seguir una guerra que los afganos no están dispuestos a librar”. Los dos argumentos sobre los que Biden ha pretendido legitimar su fuga a la carrera se han estrellado contra la dura prueba de la realidad y han servido para confirmar el fracaso del modelo de intervención militar americano. Cuesta entender que no se aprendan las lecciones del pasado, que han llevado demasiadas veces a salir del mundo asiático con el rabo entre las piernas. Veinte años pisando el terreno, descargando a menudo los misiles y las balas, ¿y ahora descubren que el país no los seguía?

A Joe Biden le ha tocado el peor papel, el de la retirada, de una intervención de la que él no es el principal responsable. De hecho, el final ya lo había firmado su antecesor, Trump. Y fue el presidente Bush Jr. quien, con una reacción cargada por el resentimiento, respondió con doble guerra al desafío de Al-Qaeda de ir a atentar al inviolado suelo americano, sin que los presidentes que lo sucedieron modificaran el rumbo. El error de Biden tiene que ver con el cambio de clima que su victoria electoral había traído a la sociedad americana. Creyó que la retirada podía ser vivida como un gesto pacificador y liberador para los americanos. Y cayó en la precipitación. La muerte de trece soldados americanos por un ataque del Estado Islámico en el aeropuerto de Kabul deja congelados los argumentos de Biden. Y le toca cargar con el peso del fracaso: “La primera victoria islamista contra los Estados Unidos, la principal potencia del mundo”, en palabras de Sami Naïr.

Bajo la sombra de China y de los poderes del petróleo árabe, las relaciones Occidente-Oriente son cada vez más complejas, en un mundo que vive un cierto repliegue nacional-patriótico, en un planeta cada vez más trabado por las redes del poder digital y económico. Si el siglo XX ha sido el siglo de América, el siglo XXI emerge en busca de nuevas hegemonías, en pleno desarrollo de las versiones autoritarias del capitalismo (de estado –el comunismo chino como estadio superior del capitalismo– y de familias, las monarquías islámicas del Golfo).  

2. Transiciones. El fracaso americano interroga a Europa. Emmanuel Macron busca una vez más hacer de puente, a pesar de que no está claro que tenga la ingeniería suficiente (ni él ni la Unión Europea). Por un lado, busca mantener el contacto tanto con el nuevo poder afgano como con otras fuerzas de la región –como ha explicitado en su desplazamiento a Irak– con tres condiciones: que se deje salir a quien lo quiera, una línea roja con el terrorismo y el respeto a los derechos humanos y especialmente los derechos de las mujeres. Pero, por el otro, en vigilias electorales, da coba al electorado conservador anunciando medidas “contra los flujos migratorios irregulares que pondrían en peligro a los que los emprendan y alimentaría a los traficantes de todo tipos”. ¿Quién hace la selección? Lo que no se puede permitir es que la tragedia de las mujeres afganas quede oculta. Son ellas las que nos han hecho entender la gravedad de la situación, porque, parafraseando a Cees Nooteboom, es “a través de las mujeres que entendemos qué es el mundo”.

La dimensión mediática y política de esta crisis contrasta con la ausencia de consecuencias en el ámbito económico. Las bolsas no se han inmutado. Significativo de la escasa relevancia del desaprovechado territorio afgano. Un experto me dice: "Esto cambiará el día que empiece la lucha por el litio, un mineral de primera relevancia para las tecnologías avanzadas".

En todo caso, la crisis afgana confirma que el mundo está lejos de ser constituido como humanidad. Y que nos tenemos que tomar seriamente lo que se ha ido reclamando desde el pensamiento poscolonial: hay que acabar, como diría Achille Mbembe, con la idea de transición hacia un modelo occidental para encarar la vía de un humanismo de alcance universal que no confunda a Occidente con el mundo, aunque muchos de sus valores lo impregnen. No era del todo equivocada la portada de Charlie Hebdo que presentaba a Messi vestido con burka llegando a París. ¿Quién tenía que decir que un día la gran mutación del fútbol, joya del entretenimiento occidental nacida en la Gran Bretaña imperial, podría venir de los poderes económicos de Oriente? No nos durmamos.

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