El riesgo de una repetición electoral en Catalunya es tan cierto que todos los partidos se esfuerzan repetidamente en decir que no les da miedo. Pero sí les da miedo. También debería dar miedo a los ciudadanos, que ya sufrimos los efectos de la prórroga presupuestaria. Si hay repetición electoral, es muy posible que se bipolarice la campaña en torno a las figuras de Illa y Puigdemont y, por tanto, ERC se arriesga a un segundo batacazo, más severo que el anterior. Pero los republicanos ya han visto desaparecer el Govern y su president y, por lo tanto, tienen menos que perder que Salvador Illa, a quien nadie puede garantizar que una segunda cita con las urnas le salga a cuenta. Sobre todo viendo la volatilidad de la situación política española.
Puigdemont es quien tiene más que ganar en una repetición electoral, y ya tiene el guion redactado: primero, investidura fallida; segundo, presión sobre ERC para que no invista a Illa, evocando el fantasma del segundo tripartito; tercero, llamada del independentismo cívico, o lo que queda, por una lista unitaria. Este guion no deja claro si Puigdemont cumpliría su promesa de volver para el debate de investidura: la posibilidad de un ingreso en prisión es real, y a nadie se le puede exigir que pague ese precio después de seis años en el exilio. Un dirigente de Junts me dijo que el regreso de Puigdemont puede hacer implosionar la situación en Catalunya y en España; pero Urquinaona y Tsunami Democràtic nos recuerdan los límites de las protestas populares frente a un Estado que ya no teme ejercer la represión.
Los interrogantes sobre la aplicación de la amnistía plantean la duda razonable de si Puigdemont volverá o de si podrá ocupar su escaño. Ante escenarios tan volátiles, es normal que ERC dude sobre el precio de investir a Illa y el precio de no hacerlo. Pero quisiera recordar a Junts y ERC que la única política que ha dado frutos tangibles es la de hacer valer su peso decisivo en Madrid, y eso no depende de quién sea president de la Generalitat. Lo más importante es que el soberanismo catalán obligue a Pedro Sánchez a dar pasos adelante en los ámbitos que fundamentan las reivindicaciones catalanas: el económico (financiación singular), el cultural (blindaje de la lengua catalana con una ley orgánica) y el del poder territorial (control efectivo de las grandes infraestructuras).
Hay un cuarto ámbito que a menudo se menosprecia, de modo para mí incomprensible, y es el simbólico: el reconocimiento de la nación dentro y fuera de España. No hace falta recordar que Vicens Vives decía que el motor vital de los catalanes es la voluntad de ser. Una forma sensata –y plenamente constitucional– de iniciar este camino es permitir a las selecciones deportivas catalanas competir internacionalmente, al menos en los campeonatos de ámbito europeo. Los británicos concurren juntos en los Juegos Olímpicos, pero Inglaterra, Escocia y Gales tienen equipos propios en el resto de competiciones. Es una solución propia de un país que gestiona con inteligencia su pluralidad. No es normal que, en Catalunya, los ciudadanos de todo origen puedan celebrar en la calle los logros de su equipo nacional (sea España, Argentina o Marruecos) y que los que nos sentimos principalmente catalanes –que todavía somos un buen grupo– no podamos hacerlo.
El Procés no eclosionó solo por dinero, ni para gestionar el aeropuerto de El Prat; eclosionó, también, porque la identidad nacional catalana tiene tanto derecho a expresarse como cualquier otra. La gestión de la identidad, como sabe cualquier analista de la realidad europea, es hoy un asunto de primera magnitud. Si alguien considera pueril ese argumento, le recomiendo que compare las audiencias de la noche electoral de hoy con las de cualquier partido de la próxima Eurocopa de fútbol.