En Almendro Origen venden el producto líquido de color blanco que segregan las glándulas mamarias de las vacas con una etiqueta que dice “Leche, leche”. Ostras. O sea, dos veces leche (podrían llamarlo relete, pero no quedaría bien). Esta leche, leche, te anuncian que es "naturalmente" más digerible. Los de la empresa Celta van más allá y escriben: “Milk ¿qué? Milkfulness”, que se ve que es (traduzco) “una forma diferente de vivir. Más calmada, alejada del ritmo frenético y del estrés”. Caram, tú.
Entiendo que las ventas de leche no vayan al mismo ritmo que las de los refrescos. La pobre leche, como el pobre aceite de oliva y el pobre vino con moderación, pasa por más fases que la luna. Eres una mala madre o la mejor madre si das leche a los hijos dependiendo de cada década. Y ya entiendo que cuando llamamos “leche de arroz”, “leche de soja” o “leche de coco” estamos faltando a la verdad, porque no es leche, pero es que son bebidas que ponemos en el café. Fomentar el consumo de leche con estas frases va a salir mal, de la misma manera que va a salir mal fomentar la lectura hablando sólo de sus valores obvios o diciendo y repitiendo que es “divertida”.
Pere Quart ya se rió de la vaca ciega, pobre, escribiendo el poema de la vaca de la mala leche. Era una vaca revolucionaria (como la gallinita de Llach) que quería liberarse del ordeñador y que le decía: “Basta, se acabó, vaya al saltante, usted y cubo y taburete de madera”. Yo, como bebedora de leche (leche) pido que no recuerden y publiciten que un envase de leche sólo contiene leche, porque me alarmo y me pongo a imaginar cosas. Y pido que no me hagan figuras retóricas con la palabra milk, que entonces me estreso y tengo la sensación de que la campaña ha sido diseñada pensando en señoras como yo, en un despacho lleno de gente que tomaba un café y otro a ritmo frenético.