El exjefe de la diplomacia europea, Josep Borrell
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Un bel morir tutta una vita onora. Quizás Petrarca, como buen toscano, exageraba, pero en el caso de Josep Borrell no debería haber inconveniente en admitir que su última etapa europea ha sido valiosa. Borrell es conocido por su aversión furibunda al independentismo catalán, y ha querido actuar, pensarse y presentarse como un hombre de estado, algo que en España no deja de ser una forma sibilina (pero no demasiado ) de ser nacionalista: nacionalista español. Como muchos de los catalanes antiindependentistas ha tendido a la sobreactuación y esto le ha llevado a protagonizar escenas como la de su discurso en la manifestación por la unidad de España del 7 de octubre de 2017, que constituía la respuesta civil del españolismo en el referéndum del 1 de octubre: es la misma manifestación a la que asistieron Salvador Illa o Miquel Iceta, rodeados de la primera línea de la derecha y la extrema derecha ultranacionalistas. En otra ocasión, su llamada a "desinfectar" la herida, a su juicio, causada por el independentismo, culminó su tendencia al estirabot ya las declaraciones intempestivas. La implicación en un caso de uso de información privilegiada en una venta de acciones de Abengoa es también una mancha oscura en su currículum. Su nacionalismo (su óptica de hombre de estado) no acabó de tener premio a la política española: ganó las primarias del PSOE de 1998 contra la voluntad de la cúpula del partido, pero tuvo que acabar renunciando a la secretaría general un año más tarde en favor de Joaquín Almunia, quien sí contaba con el beneplácito del aparato. Hizo carrera, eso sí, en Europa, donde llegó a ser presidente del Parlamento Europeo entre el 2004 y el 2007. No hizo nada para que el catalán fuera oficial en la Eurocámara, o sencillamente para que pudiera ser hablado.

Sin embargo, su último acto como Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad –como jefe de la diplomacia europea– ha sido otra cosa. Se plantó con firmeza contra la invasión de Ucrania por parte de Putin, siendo una de las poquísimas voces relevantes dentro de la política global que ha denunciado los crímenes de guerra de Netanyahu y su gobierno en Palestina. Como en la entrevista que dio el miércoles en Catalunya Ràdio, tiene cuidado con el uso jurídico de la palabra genocidio, pero entiende que su uso común está plenamente justificado, porque el afán de exterminio de la población palestina por parte del gobierno y el ejército de Israel es manifiesto. No se esconde expresar preocupación por la deriva iliberal de la política occidental, y es uno de los también poquísimos en recordar la guerra, el hambre y la ignominia en conflictos como los de Sudán o Yemen, y de la tragedia que se vive de hace años en el Mar Rojo y el Cuerno de África. Hace también una profesión nítida de fe europeísta en el momento en que el proyecto europeo se tambalea, en gran parte debido a sus propios dirigentes. Es bastante más de lo que se puede decir de otros muchos políticos, y demuestra una vez más que los personajes interesantes no suelen ser hechos de una sola pieza.

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