Orbán, Putin y las autocracias electorales
La Unión Europea continúa a la defensiva ante Estados Unidos que le ha dejado fuera de cualquier conversación trascendental sobre la seguridad continental. Ofrecida pero solícita. Airada pero sin voz propia. La credibilidad de la UE en Ucrania se decide en casa, con los Veintisiete divididos sobre cómo financiar su ayuda a Kiiv y con el díscolo Viktor Orbán desafiando la agenda europea una vez más. El primer ministro húngaro es de los que se ofenden en Bruselas y se muestran solicitados en Moscú.
La visita de Orbán, el pasado viernes, al presidente ruso, Vladimir Putin, para buscar apoyo económico y suministro energético a largo plazo por parte del Kremlin se ha vivido como un doble desafío a la Unión.
Por un lado, Hungría está bajo presión de la UE para acabar con todas las importaciones de energía rusa antes del 2027. El país recibe aún más del 80% de su petróleo y gas, y el 100% de su combustible nuclear, de Rusia. Tras lograr en Washington una exención de las sanciones estadounidenses por utilizar petróleo y gas rusos –en contra de la política de la UE de limitar sus importaciones–, Orbán acudió a Moscú a sellar el acuerdo.
Pero sobre todo, la visita llega en un momento de debilidad geopolítica de una UE que intenta tener una voz propia y audible en la negociación para detener la guerra en Ucrania. Además, el encuentro del húngaro con Putin ha tenido también un efecto regional colateral: ha saboteado el renacimiento del Grupo de Visegrad, en la nueva versión soberanista que pretende liderar al presidente polaco, el ultranacionalista Karol Nawrocki. El 3 de diciembre estaba prevista una reunión de los presidentes de este grupo regional formado por Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa, y al día siguiente Nawrocki debía viajar a Budapest para reunirse con Orbán, pero ha cancelado el encuentro con el húngaro.
Ucrania se ha convertido en un elemento de división profunda entre unos países que a menudo observamos como un blog pero que encaran de manera muy diferente la presión securitaria que sienten en su frontera oriental.
El lunes, en una reunión de diplomáticos y expertos de los países de la gran ampliación del 2004, celebrada en Praga, para debatir de las lecciones aprendidas de aquél big bang político e institucional, un politólogo húngaro criticaba la voluntad uniformadora de una UE que no respeta la "diversidad" de sus Estados miembros. "Ir a Moscú a encajar manos con el responsable del asesinato de miles de personas, dando la espalda a los valores europeos y rompiendo con la posición de la UE, no es diversidad, es otra cosa", le espetó un diplomático checo.
El Grupo de Visegrado vivió el punto álgido de su poder durante la crisis migratoria de hace una década, cuando sus cuatro primeros ministros se resistieron a los esfuerzos de la UE por introducir un sistema de cuotas obligatorio para la redistribución de los solicitantes de asilo en todo el bloque. Pero la invasión de Ucrania por parte de Rusia en febrero del 2022 puso fin a esa cooperación –al menos a nivel intergubernamental–, y ahora Nawrocki quiere "restaurar la fuerza".
Sin embargo, la agenda de Orbán es otra. El líder del Fidesz comienza a notar el desgaste político de reinar de forma incontestable hasta convertirse en el primer ministro más veterano de los Veintisiete. Aún faltan meses hasta las elecciones generales previstas para abril del próximo año, pero la precampaña interna ya se ha enrarecido. Orbán va por detrás de su rival, Péter Magyar, en las encuestas, y su viaje a Moscú buscaba, entre otros objetivos, conseguir resultados concretos para contrarrestar a su oponente. Por eso, cuanto más ha empezado a tambalear la infalibilidad del líder iliberal más internacional de la UE, más ha ido alimentando una "relación especial" con el Kremlin, que empezó como un reposicionamiento ambiguo y se ha ido endureciendo hasta convertirse en la voz discordante de la UE respecto a Ucrania. Ya en las elecciones del 2022, el Fidesz explotó la guerra afirmando que la oposición quería enviar a soldados húngaros al frente. Desde entonces, Ucrania se ha convertido en un objetivo central de la comunicación política húngara, como lo ha sido durante tres lustros la "burocracia de Bruselas". La propaganda retrata a Volodímir Zelenski como un títere de la UE y un aliado del líder de la oposición, Péter Magyar. Vídeos generados por IA muestran ataúdes, soldados húngaros ensangrentados e imágenes apocalípticas de un país destruido si Orbán no es reelegido. El líder húngaro intenta salvar su "autocracia electoral", como la calificó el Parlamento Europeo, hundiéndose aún más en el desprecio hacia la legalidad internacional, la verdad y la integración europea.