El orden y la justicia
Los conservadores piensan que primero es el orden para que después pueda haber justicia y libertad. Sin el primero, segundo y tercero son imposibles. Lo expresó Churchill en los años 30. El vacío y el desorden político de 1914 a 1918 hicieron inevitable la guerra en 1939.
El presidente Wilson vino a París en 1918 para sentar las bases de la paz después de la hecatombe de la primera guerra moderna con millones de muertos. El principio que le llevaba era, de acuerdo con la tradición americana de la independencia: "Si los pueblos han formado parte de un imperio y ahora quieren ser libres, tienen derecho a serlo". Nadie puede cuestionarlo, pero el cómo es lo que puede provocar la solución o el problema... Es necesario, en todo caso, un marco referencial estable.
La guerra la perdieron los imperios centrales, los Habsburgo, los Hohenzollern y los Wittelsbach, es decir, Austria-Hungría, Prusia y Baviera. Eran monarquías estables y previsibles con carencias democráticas pero con una estructura económica sólida y razonablemente equilibrada. Suponía un cierto orden basado en la estabilidad que dan tradiciones políticas y culturales que vienen de lejos. La legitimidad era la monarquía, y ésta desapareció repentinamente con la derrota de los imperios en 1918. Cada Estado ejerció su derecho a la libertad y la independencia: Chequia, Eslovaquia, Hungría, Austria, Eslovenia, Croacia, Serbia, Estonia, Letonia, Letonia, Lituania, Prús por modernas dictaduras, en algunos casos democracias, que en ocasiones resultaron doblemente agresivas y represoras para justificar su control del poder político. "El problema de la política no es la maldad, sino la falta de contención que justifica la destrucción de tu oponente, porque, a tus ojos, carece de legitimación", dijo Henry Kissinger.
El vacío creado por la desaparición de la monarquía en Rusia y la caída del Imperio Otomano incrementaron la fragmentación y la inestabilidad. Lo opuesto a la anarquía es la jerarquía. El asesinato del zar quebró la razón de ser del régimen político ruso que, pese a su jerarquía e injusticia, era origen de estabilidad. Sin esa estructura, como dice Hobbes, separar la bondad de la maldad, el culpable del inocente, es una dificultad tanto de justicia como de libertad.
En Alemania se instituyó una república profundamente democrática, dos cámaras, una para los estados federados y una para el gobierno. El número de diputados debía ser proporcional al número de votos, con amplias coaliciones siempre necesarias y complejas. Era un régimen político desestructurado por demasiado igualitario –Weimar–, que no fue capaz de mantener un gobierno eficaz que doctrinas políticas totalitarias, el comunismo y el nazismo, más sencillas y, por tanto, más populistas, pudieron arrasar. Sin la derrota de 1918 y los acuerdos promovidos por Wilson y Clemenceau en Versalles, ni Lenin ni Hitler habrían sido posibles. Un vacío político implica necesariamente inestabilidad y abre el camino a los autócratas ya las dictaduras. Tras la Revolución Francesa, Napoleón; después de la Revolución Rusa, el bolchevismo y Stalin; después de la frustrada revolución alemana de 1919, que el socialismo alemán no fue capaz de contener –Rosa Luxemburgo fue asesinada–, el nazismo.
Si aplicamos esta idea a principios del siglo XXI, debemos concluir que debemos evitar que las estructuras políticas del pasado –OTAN, CE, ONU, G-7 y G-20, OCDE– desaparezcan. Los autócratas que quieren mandar al mundo –Trump, Putin, Xi– quieren destruirlas, creen erróneamente que sin marcos referenciales tendrán más poder. Y está ocurriendo lo contrario. ¿Un estado con el poder económico de Italia como es Rusia puede antagonizar EEUU?
Hay un paralelismo entre EE.UU. de ahora y la Alemania de los años 30. Puede parecer exagerado, pero la manera en que Hitler destruyó el estado a partir de 1933 y cómo quiere destruirlo Trump ahora no son diferentes. Les hemos oído decir: "Quiero ser elegido por un tercer mandato… y más, el país me necesita" o "El Tercer Reich va a durar mil años". También se parecen en el control del poder judicial, en el cambio de magistrados en el Supremo o en la aproximación a la industria para que soporte económicamente al gobierno –por ejemplo: la reunión de Goering en el Reichstag y la de Musk en el Despacho Oval–. También en la presencia policial visible –la Gestapo, y la guardia nacional desplegada en ciudades–. En la declaración de derecho sobre territorios –entonces Polonia, Ucrania y Chequia, ahora Groenlandia y Panamá–. En la expulsión de población "indeseable" –entonces judíos y gitanos, ahora inmigrantes sudamericanos–. En la idea de que el ejército debe ser ofensivo más que defensivo –para dejarlo claro, Trump ha cambiado el nombre de la secretaría de Defensa–. O en que las inversiones ahora se centren en EEUU y entonces se centraran en Alemania.
En cuanto al desprecio por la cultura y las universidades, los nazis llegaron a quemar libros, y ahora se aplican penalizaciones económicas a las universidades y centros de investigación y se limita la presencia de estudiantes extranjeros. Tienen un gran enemigo, entonces la URSS, ahora China, con quien creen que deben entenderse hasta poder desplegar una política de destrucción (entonces militar y ahora económica). Ahora Europa es antagonizada, la UE menospreciada; entonces lo fueron Francia y Gran Bretaña.
La posición de denuncia de Churchill en los años 30 contrasta con la política de obediencia y subsidiariedad de la UE respecto a EE.UU. ahora. Ni que decir tiene que Ursula von der Leyen es una política distinta de Churchill y Roosevelt.