La declaración de la izquierda abertzale llevada a cabo por el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, el pasado 18 de octubre, tiene una enorme significación histórica para el sistema político español. Que la izquierda abertzale reconozca el dolor específico de las víctimas de ETA sin hacer una referencia general a las “víctimas del conflicto” y que señale que ese sufrimiento jamás debía haberse producido, no tiene precedentes. Se trata de una autocrítica en toda regla a la lucha armada, solo 10 años después de que ETA dejara las armas.

Las reacciones virulentas de la ultraderecha y la derecha que necesitan a toda costa mantener viva a ETA, los indisimulados celos del PNV y la escasa solidez del PSOE rectificándose a sí mismo después de recibir presiones, no son más que pruebas del enorme significado de la declaración.

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Con sus palabras Otegi ha acelerado el fin de uno de los elementos definitorios del régimen del 78: la existencia de ETA y de una fuerza política afín con un peso electoral y social notable en Euskadi y Navarra.

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Sin ETA no se entiende el sistema político nacido de la Transición. El amplio consenso en torno a la Constitución terminó incluyendo (aunque el PP acabara entrando a regañadientes) a todas las fuerzas políticas relevantes. El texto del 78 contó además un amplio apoyo en casi todos los territorios, incluyendo Catalunya. La excepción fue Euskadi, donde la Constitución no fue mayoritariamente apoyada y donde ETA y la izquierda abertzale decidieron quedar fuera, dando al nuevo régimen una consideración similar al de la dictadura y apostando por formas políticas de ruptura que combinaran las armas con las vías legales.

Gracias a ETA el PNV se consolidó como el único interlocutor político legitimado para negociar en nombre de Euskadi, convirtiéndose en el partido que más años ha gobernado desde 1978. ETA sirvió además de excusa para no depurar las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que decían necesitar contar con los mejores efectivos para la lucha antiterrorista, aunque muchos de ellos vinieran de los peores aparatos represivos habituados a las praxis policiales ilegales. Esa ausencia de depuración está detrás de que el terrorismo de Estado fuese posible. ETA reforzó al Ejército (ninguna fuerza militar ha causado más bajas entre militares de alta graduación) y al Rey Juan Carlos como su jefe máximo y única garantía frente al golpismo. ETA apuntaló el consenso de los grandes partidos en torno a una política antiterrorista de excepción que permitió las ilegalizaciones de partidos y limitar el ejercicio de los derechos civiles. Los asesinatos de ETA, que amplió cada vez más a “civiles” sus objetivos, generaron tal rechazo entre la población que surgieron movimientos sociales masivos y transversales, al menos desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Lo que significó Hipercor en Catalunya lo saben mejor que yo los lectores de este diario.

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En definitiva, ETA fue un pegamento político para el régimen del 78.

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La historia está llena de ironías y que Otegi provenga de los poli-milis es una de ellas. Una parte de los poli-milis teorizó que no tenía sentido la lucha armada tras el Franquismo y, tras confluir inicialmente con los comunistas de Roberto Lertxundi para crear un espacio de izquierdas propio diferente al de la izquierda abertzale, acabaron integrados en el PSE-PSOE. Mario Onaindia, uno de los protagonistas del proceso de Burgos, era quizá la figura más conocida.

Casi 40 años después de la VIII Asamblea de ETA-pm en la que paradójicamente vencieron los partidarios de seguir la lucha armada que acabarían integrados en ETA-militar, Arnaldo Otegi y la izquierda abertzale han dicho lo que han dicho, 10 años después de que todo cambiara con el abandono de las armas por parte ETA.

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La primera prueba de que todo cambió fue que Elkarrekin-Podemos ganara dos elecciones generales en Euskadi, un hecho sin precedentes que sorprendió a propios y extraños. Hoy la izquierda abertzale es la segunda fuerza política en Euskadi, sus portavoces más conocidos además de Otegi son diputados o senadores en el Parlamento español y es una fuerza clave tanto para la gobernabilidad del Estado como para imaginar cualquier gobierno de coalición de izquierdas tanto en Euskadi como en Navarra. La izquierda abertzale de Otegi ha sido además un ejemplo de disciplina interna (no ha habido escisiones ni rupturas como hace 40 años sino, por el contrario, reagrupamientos) y una lección de pragmatismo para los independentistas catalanes.

Arnaldo Otegi, que pasó seis años en la cárcel que según el TEDH no debía haber pasado, ha demostrado inteligencia política y un compromiso por la paz y la normalización política que todos los demócratas debemos celebrar y agradecer. Ya era hora de que esto se dijera desde Madrid.