Tus padres y sus
El chico que se frota las rodillas sin querer con ella, sentado frente a él, de golpe toca el asno. "¡Mierda!", mormola. Y se levanta apresuradamente del asiento. De pie, se lleva el auricular al oído. Una mujer con uniforme de trabajo, que iba de pie –a estas horas el tren va como un huevo– ocupa, rápidamente, el asiento vacío. "¡Mamá! –dice el chico–. ¡Que me he saltado la parada!" Escucha explicaciones, ya se ve, y enseguida dice: "Okei, pues llamo al papa! Dios-dios". La chica para la oreja. "Papa! ¡Que me he saltado la parada! Sí, en Pallejà. Sí, sí. Ahora. –Silencio, y de nuevo–: Pues mira, yo qué sé... ¡Que soy capullo integral! Estaba mirando el móvil y... Sí, hasta ahora".
La chica deja de mirar vídeos y, de repente, levanta los ojos hacia el chico, que se muerde el labio de abajo y mueve la cabeza como queriendo decir que no puede ser. Le fascina esa normalidad, ese buen humor aparente. Se ha llamado "capullo" a sí mismo, con sinceridad y gracia. No pareció que al otro lado del teléfono hubiera gritos, ni por parte de madre, primero, ni por parte de padre, después. Al parecer, tanto uno como otro han entendido este error y simplemente le han pedido dónde bajaba. Seguro que habían quedado que iban a buscarle a la parada.
¿Qué habría pasado si ella ahora llamara a sus padres para decirles que se ha saltado la parada? Habría habido gritos, reproches, quizás habrían colgado el teléfono. Ella no se habría llamado "capulla" con tanta naturalidad ni habría dicho la verdad: que miraba el móvil. Se habría inventado alguna excusa que no la dejara en mal sitio. Y sin embargo no se habría ahorrado los gritos y el mal humor, cuando se hubieran encontrado. De repente, fascinada, se imagina que los padres de este chico incluso han hecho una broma, la broma que te haría un amigo. Y está pensando en todo esto que se salta la parada y con los ojos vidriosos llama a su padre. "Papá, me he saltado la parada..." Y acto seguido susurra: "No grites, por favor..."