Parafraseando a Pere Calders
Leemos en el ARA que la nueva primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, conocida por "ser una trabajadora incansable", salió de casa el pasado viernes "poco después de las tres de la madrugada para convocar una reunión con asesores antes de una comparecencia ante el Parlamento".
Hacer una reunión pasadas las tres de la madrugada no tiene ningún sentido, a menos que seas el conductor de un programa de radio matinal o un panadero. Son ganas de aparentar o –me he encontrado a menudo– un insomnio con coartada. "Me he levantado a las tres porque tenía que trabajar", te dicen. Y tú piensas: "No: como te has levantado a las tres te has puesto a trabajar". Hitler dormía poco –lo explica Albert Speer en sus memorias– y convocaba reuniones nocturnas o sesiones de cine agotadoras que dejaban a todos los nazis atuidos y sin ganas momentáneas de exterminar.
Mucha gente encuentra en el lugar de trabajo el calor que no encuentra en casa. Esto es cierto. En el trabajo, en los trabajos, es donde recibimos las florecillas intrascendentes, las bromas, la complicidad y la –y utilizo una palabra a menudo despreciada pero de significado único y genial– "hermandad". La panadera escucha la broma del parroquiano, feliz de comprar pan, pero en casa será recibida con ademán derribado. El repartidor se reirá con el compañero de esta broma que han hecho en la radio y cuando llegue a casa ni le mirarán. Desayuno juntos en la mesa, compartir la mandarina, ir a lavarse los dientes, hacer turnos para llevar los cafés. Hay quien sólo recibirá sonrisas fuera de casa. Cierto. Pero hacer una reunión a las tres de la madrugada es poner de manifiesto la condena doméstica. No hay ningún niño, ningún adolescente, que necesite que estés durmiendo en el cuarto de al lado. Hace tiempo que en la cama, grandioso, no te abrazan, ni siquiera te dicen "Buenas noches". Por eso sales de casa a las tres de la madrugada en lugar de preparar la reunión el día anterior.