La parte y el todo
En la época reciente, coincidiendo con el descrédito de las ideologías, las opciones políticas han ido desterrando el término partido y lo han sustituido por palabras más abstractas, que teóricamente interpelan al conjunto de la ciudadanía (Podem, Junts, Vox, Ciudadanos, En Marcha, Hermanos de Italia). Se trata de una moda semántica, pero detrás se esconde una peligrosa estigmatización de la pluralidad ideológica.
La palabra partido viene de parte, es decir, se opone por definición a cualquier concepto totalitario. Los regímenes basados en este oxímoron llamado partido único son dictaduras. Esto no quiere decir que los partidos no puedan tener la ambición de convertirse en mayoritarios. Pero la libre concurrencia de todas las opciones los obliga a marcarse límites y objetivos.
Junts, el partido de Puigdemont, se encuentra en esa situación. Su nombre proviene de un pecado original: la apropiación del nombre de Junts pel Sí, la lista unitaria que ganó las elecciones del 2015. Detrás de aquella operación estaba el PDECat (sucesor de CDC), ERC, la ANC, Òmnium y muchos soberanistas independientes. Tras la ruptura del 2017, Puigdemont se erigió en heredero de aquella apuesta unitaria y fundó Junts per Catalunya, confiando en que podría capitalizar la “legitimidad” que le daba el haberse marchado al exilio. La creación del Consell de la República –que, por cierto, parece terminar como el rosario de la aurora– tenía la misma intención.
La confusión entre partido, movimiento y país era ya un defecto de la antigua Convergència y lo es también de muchas formaciones que se llenan la boca de unidad para no tener que encajar en unos parámetros ideológicos. En justicia, cabe decir que la dirección de Junts ha sido más atrevida que la de CDC, porque mientras Pujol manejaba con astucia una idea variable del nacionalismo, Puigdemont nunca ha renunciado al independentismo. En cambio, el pujolismo se orientó claramente hacia el centroderecha, mientras que Junts se resiste a dejarse etiquetar para no perder la transversalidad del discurso resistencialista del exilio.
Junts se define por el hiperliderazgo de Puigdemont, quien ha decidido romper la promesa de retirarse si no era investido president de la Generalitat. Una promesa que le fue útil para captar votos, pero ahora se ha desvanecido. Ahora es un líder de partido como los demás. Se ha rodeado con dos dirigentes de la vieja guardia de CDC (Turull) y de UDC (Castellà). El partido ya se ha distinguido defendiendo políticas de centroderecha en Barcelona y en Madrid (apoyo al Hard Rock, rechazo al impuestazo a las eléctricas y a la regulación de los alquileres de temporada). Lo bueno es que Junts es el partido hegemónico del independentismo, un trono que ERC no está en disposición de disputarle. Lo malo es que después de 2017 muchos electores no ven claro que un partido pueda ser soberanista y “de orden” al mismo tiempo. He aquí el gran reto de Puigdemont.
La entronización de Puigdemont como líder indiscutido de Junts, ¿puede favorecer las opciones de Oriol Junqueras en ERC? Junqueras siempre ha defendido el derecho a mantener sus aspiraciones, que la justicia española ha bloqueado. Si Puigdemont, que se ha podido presentar a tres elecciones catalanas (y no ha ganado ninguna) tiene el derecho de continuar, ¿por qué no debe tenerlo Junqueras, que hasta ahora se ha visto excluido de la carrera? Está claro que muchos militantes de ERC pueden pensar que, si Puigdemont y Junqueras vuelven a coincidir en la cima de sus respectivos partidos, la perpetuación del 2017 está servida.
Para el independentismo en general, la constatación de que no existe relevo generacional es un fracaso y eso obliga a los dos partidos, y también a la CUP, a orientarse al futuro y no al pasado. Con independencia de los liderazgos.