La patología interna de China

En el mercado chino se pueden encontrar coches eléctricos por 10.000€. Un modelo equivalente estadounidense cuesta 30.000. China domina el 80% del mercado de la energía solar y, sólo en 2024, instaló 277 gigavatios de capacidad solar, más de cinco veces los instalados durante el mismo período en Estados Unidos. En gran parte, la expansión china se da como consecuencia de su modelo estatal de economía planificada. Hace años, China se concentró en la producción de carbón, cemento, acero y otras materias primas. Hoy son los productos de consumo y la tecnología avanzada.

El mercado interno chino se caracteriza por su estabilidad. Así, los episodios de exceso de producción -cuando tienen lugar- acaban orientándose inevitablemente hacia la exportación, en un desplazamiento que perjudica tanto a la economía mundial como a la propia economía china. Después de que haya picos de producción en sectores concretos, el estado chino puede -y lo ha hecho en reiteradas ocasiones- decidir eliminar repentinamente los incentivos a la producción para "normalizar" el mercado. Ocurrió con la energía solar y está pasando con los vehículos eléctricos.

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Los funcionarios del Partido Comunista tienen una prioridad por encima de cualquier otra: crecer y crear empleo. Así pues, el incentivo central no es la rentabilidad de las empresas, sino su crecimiento, que explica buena parte de las oscilaciones en la producción. Cuando el exceso de producción provoca una reducción de los precios, la inversión en I+D de las empresas se ve perjudicada y los salarios se ven reducidos. Además, son las empresas privadas, más que las públicas, las que generan mayor volumen de producción y, por tanto, son las que más deben asumir la corrección de los desequilibrios.

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El modelo chino prioriza el volumen de la producción por encima de la calidad, un sesgo que se ve reforzado por la arquitectura institucional. Como en EEUU y la Unión Europea, en China se paga el IVA allá donde se genera la actividad, y no allá donde se consume el producto. El sistema fiscal favorece la concentración de la actividad industrial en determinadas zonas y sectores, como vehículos eléctricos, baterías o paneles solares. Aunque los ingresos fiscales se reparten aproximadamente al 50% entre el gobierno central y los gobiernos regionales, los incentivos locales siguen premiando la producción por encima de la rentabilidad.

El suelo, propiedad del estado, ha sido utilizado como instrumento para atraer inversiones industriales. Esta política contribuyó a la creación de una burbuja inmobiliaria que, al estallar, redujo sus ingresos por la venta de suelo, que pasaron de unos 1,3 billones de dólares en 2021 a unos 670.000 millones en 2024.

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El sistema bancario chino, fuertemente regulado, completa. Los bancos favorecen el crédito a empresas con márgenes bajos y bajo riesgo, sin incentivar especialmente la innovación. En este contexto, la inversión extranjera directa ha caído de forma notable: de los aproximadamente 67.000 millones de dólares en 2021 a 19.000 millones en 2023, con una ausencia creciente de inversores en los grandes proyectos.

La carga fiscal sobre las empresas de tamaño medio, que puede llegar al 59% en términos efectivos —frente al 37% en Estados Unidos—, refuerza aún más una economía más regida por el volumen que por los beneficios, con consecuencias visibles sobre la estabilidad económica. Por ejemplo, en el sector del automóvil, esta dinámica se ha traducido en una sucesión de rebajas de precios para mantener las ventas: 95 modelos en 2022, 148 en 2023 y 227 en 2024.

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Los gobiernos locales tienden a sostener a compañías con una baja rentabilidad porque generan ingresos fiscales. En una economía altamente estatalizada y con alta presión fiscal, la competencia acaba siendo más dura que en un mercado libre, ya que los agentes económicos tienen menores grados de libertad.

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El Partido Comunista chino tiene un principio que preside los planes quinquenales: "Invierte pronto, invierte en pequeño, invierte a largo plazo, invierte en tecnología". El principio es útil, pero no cuenta con el soporte del sistema financiero. Sólo cerca del 30% del capital proviene de mercados no bancarios, la mitad que en EE.UU. y un problema también presente en Europa. Existe poco capital disponible en bonos, préstamos convertibles en acciones o capital riesgo, y esto es una pérdida específica, más aún cuando el capital proveniente del ahorro doméstico es un enorme 43% del PIB, mucho más que en Europa.

A esto se le añade una protección todavía escasa de la propiedad intelectual, que no garantiza suficientemente unos retornos económicos suficientemente claros para la originalidad.

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Los mecanismos esencialmente ligados al desarrollo tecnológico funcionan en China, pero la rigidez del capital y la recurrencia de picos de sobrecapacidad –consecuencia de una planificación errónea– constituyen una patología interna que produce periódicamente efectos negativos. La transición del volumen hacia la calidad, de la dimensión hacia la innovación y de la inversión hacia el beneficio es tan necesaria como difícil en una economía estatalizada.

Acaba de morir el gran arquitecto Frank Gehry, creador del Museo Guggenheim de Bilbao. Antinomia de Frank Lloyd Wright, maestro del equilibrio y la proporción, el gran reto de Gehry —que gestionó de forma genial— fue trabajar con un espacio en absoluta carencia de simetría. La economía china necesita, tal vez, un Gehry.