Cuando la pedofilia era progresista

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Un manifestante en medio de una concentración de Mayo del 68

Si alguien me preguntara algún día qué libro conviene leer para captar el espíritu de los años 70, recomendaría sin duda Paysage de fantaisie. Nada refleja cómo esta novela laesprit du temps de hace cincuenta años.

Me temo que sólo se puede leer en francés, pero esto no es el problema principal. Se conozca o no la lengua francesa, se trata de un texto tan críptico como el Finnegans Wake de James Joyce: no tiene mayúsculas ni signos de puntuación, aparecen espacios en blanco a media palabra y el relato ignora la cronología. Entonces el experimentalismo salvaje gozaba de prestigio. Como la pedofilia. Paysage de fantaisie va de una finca rural donde se enseña a niños y niñas el arte de la prostitución. En 1973 fue la novela más célebre en Francia y ganó el premio Médicis.

Que no os extrañe. Los años 70 fueron peculiares. El autor de Paysage de fantaisie, Tony Duvert, defendía ardorosamente la pedofilia. Toda la crítica, de izquierdas y de derechas, se puso a sus pies, pese a que la pedofilia era una causa rotundamente progresista ante la que los conservadores tendían a sentirse incómodos. Incómodos, pero raramente contrarios, al menos en círculos intelectuales.

Muy bien, hablemos de Francia. Este país donde, como dijo Woody Allen, el eslogan "nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo" puede hacer que ganes unas elecciones. Da igual: los años 70 fueron parecidos en el conjunto de lo que llamamos Occidente. A la izquierda creíamos que Jean-Paul Sartre tenía razón y detestábamos bastante liberales como Jean-François Revel y Raymond Aron, quizás porque, cuando dejábamos de lado la fe, sabíamos que la razón la tenían ellos.

Sartre fue uno de los firmantes de una petición enviada en 1977 a la Asamblea Nacional. Se exigía a los diputados que rebajaran la edad en la que se permitía a los jóvenes mantener relaciones sexuales con personas adultas. A los menores de 15 años se les prohibía el sexo con las personas mayores, lo que, en opinión de los firmantes, vulneraba los derechos de los niños. Es más, se consideraba también imprescindible despenalizar todas las relaciones sexuales, sin que la edad de los participantes importara nada.

Algunos de los firmantes, además de Sartre: Foucault, Aragón, Barthes, Althusser, Derrida, Deleuze, Sollers, De Beauvoir. La quema del pensamiento francés mantuvo durante años la campaña por la despenalización de la pedofilia. Y lo hizo sin miramientos, con varios manifiestos publicados en Le Monde y Liberación. Este último diario, florón de la izquierda periodística, hacía gala de acoger en la sección de pequeños anuncios un apartado de contactos entre adultos y menores. En 1979, Liberación expresó su apoyo a un caballero que debía ser juzgado por mantener sexo habitual con un grupo de niñas de seis a doce años, argumentando que las niñas afirmaban “sentirse satisfechas”.

Aquel esprit du temps se prolongó hasta mediados de los 80. En 1982, en el programa televisivo Apostrophes (un excelente producto cultural), Daniel Cohn-Bendit (héroe del Mayo del 68, con una larga carrera política posterior) no tuvo inconveniente en explicar lo bien que se lo había pasado trabajando en una guardería “alternativa ” alemana: “Cuando una niña de cinco años empieza a desnudarte es algo fantástico, es un juego erótico-maníaco”. En 2001, Cohn-Bendit consideró que, “sabiente”, dijo, “lo que sabemos ahora sobre la pedofilia”, sus palabras en Apostrophes resultaban inadecuadas.

Todo esto suena terrible. Lo es. De hecho, no estoy seguro de no cometer algún delito escribiendo este artículo. Pero así fue la realidad. Quienes hayan leído El consentimiento, la novela en la que Vanessa Springora relata el “romance” que mantuvo con el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía 14 y él 50, sabrán de qué hablo. En la obra de Matzneff, muy prestigiosa en su momento, abundan los relatos sobre encuentros sexuales con menores.

Me permito señalar que de ese horror, amparado por el argumento político de que la pedofilia constituía un acto subversivo contra la institución más represiva y abominable, la familia (ciertamente, más del 80% de los abusos sexuales sobre niños se cometen en el ámbito familiar), surge todavía hoy en día un destello enigmático. ¿De verdad existió un tiempo en el que estas cosas podían llamarse y hacerse abiertamente? Sí, existió.

Y si se podía hablar de algo tan grave, se podía hablar de cualquier otra cosa. Se podía hablar de todo. De atrocidades y sublimidades. Hoy parece increíble. Insisto: eran otros tiempos.

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