Peligrosa desmemoria

A muy largo plazo, el olvido es inevitable e incluso razonable: es bueno que las heridas cautericen. Otra cosa muy distinta es acortar sus plazos, forzar la desmemoria interesadamente. En términos políticos, el olvido deja de ser entonces razonable y puede transformarse fácilmente en una irresponsabilidad. Permítanme proponer un ejemplo extremo. La campaña de César en la antigua Ilerda, la actual Lleida, fue un episodio crucial de la Segunda Guerra Civil romana en el año 49 aC. Pasó muy cerca de mi pueblo, todo eso, pero sería incapaz de declararme partidario de César, de su rival Pompeyo o de los caudillos ilergetes. Allí, a orillas del mismo río, del Segre que los romanos llamaban Sícoris (Verdaguer todavía habla de "lo Sícoris aurífer"), también se hizo efectivo el inicio de la caída de Catalunya al final de la Guerra Civil. En enero de 1938 la defensa militar republicana se había descabezado en Seròs, a siete kilómetros de la Granja d'Escarp, y el coronel Juan Perea ordenó que se abandonara la línea de fortificaciones. Mi madre vino al mundo a los pocos días, en medio de ese ambiente caótico y desesperado. Lo que ocurrió después es lo suficientemente conocido y asumido como propio... por parte de algunas generaciones. Para otras, este conocimiento comienza a ser muy esquemático o, en el peor de los casos, nulo, tal y como puede apreciarse en ciertas melonadas que hoy expande la extrema derecha con acné. A pesar de hacer referencia a un mismo lugar, pues, este segundo olvido no tiene ningún tipo de justificación; dentro de mil años ya veremos.

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Para personas mínimamente informadas y de cierta edad, el gran referente histórico con trasfondo moral todavía está representado por la Segunda Guerra Mundial, por sus causas y sus consecuencias, por las características de su paisaje de fondo malsano. Para un ser humano decente, Auschwitz no es, o no debería ser, una abstracción histórica, sino una herida monstruosa que todavía cuece. Emplear la expresión "deportaciones masivas", por ejemplo, simulando que las que ocurrieron en la década de 1940 ya pertenecen a la prehistoria y pueden ser tan razonablemente olvidadas como las trifulcas entre César y Pompeyo, constituye una indecencia en un sentido moral, más allá de cualquier otra consideración política. Esta expresión, sin embargo, se ha convertido en peligrosamente normal tanto aquí como al otro lado del Atlántico. Incluso la figura de un personaje como Kim Jong-un se está normalizando gracias a las grandes autocracias asiáticas que lo exhiben como una mascota equívoca. Hay ciertas líneas divisorias que se han desdibujado en un período de tiempo muy corto. La mayoría se basan en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, es decir, en el legado ético del fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Setenta y siete años son una eternidad? ¿La Declaración ya ha caducado y se inicia así un alegre sálvese quien pueda en política internacional? Creo que es algo precipitado, por no decir otra cosa: todavía quedan supervivientes de las "deportaciones masivas" de hace poco más de ochenta años. Muchos viven en Israel, donde paradójicamente se están haciendo cosas escalofriantes contra la población indefensa de Gaza.

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En la medida en que las cuestiones identitarias se han convertido en un tema central en las sociedades avanzadas –quizás porque han sustituido el papel que desempeñaban las ideologías tradicionales hasta finales del siglo XX–, la memoria se ha convertido en un hecho fundamental. La identidad se construye, se deconstruye o se reconstruye con una determinada articulación –casi gestión– de la memoria colectiva, y esta tiene, por tanto, un fortísimo componente político. Esta expresión –"memoria colectiva"– nace en 1925, cuando el sociólogo francés de origen judío Maurice Halbwachs la utiliza en su obra Les cadres sociaux de la mémoire. Partiendo de Henri Bergson y de Émile Durkheim, Halbwachs constata que la memoria individual solo existe gracias a los marcos sociales que hacen posible la reconstrucción del recuerdo. Cuando en 2025 normalizamos la expresión "deportaciones masivas" o desdramatizamos la imagen de sátrapas sanguinarios actuamos en sentido contrario: estamos perdiendo la Segunda Guerra Mundial con efectos retroactivos.

Este artículo se llama "Peligrosa desmemoria" pero se podría llamar también "Peligrosa ignorancia". La clave del poder de la propaganda es que no parezca propaganda. Rodeados en todo momento de pantallas y pantallitas, muchas personas creen estar más informadas de lo que lo estaban sus padres o sus abuelos. Pero la realidad es otra, y el consumo incesante de enormes ruedas de molinos lo certifica cada día que pasa.

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