Somos una periferia

Ya no somos una nación: ahora somos una periferia. El viernes 16 de mayo, el presidente Salvador Illa daba una conferencia en Pamplona organizada por Diario de Noticias y El Periódico. El presidente, en una de las etapas de la peregrinación por el territorio español en las que explica su proyecto político de concordia y reconciliación –y de paso se hace perdonar el pecado soberanista que otros habíamos cometido–, consideró a Navarra y Catalunya como un ejemplo de España periférica. Literalmente –los matices siempre son importantes– dijo: "Hoy, Catalunya es garantía de lealtad y de cooperación institucional. [...] Si ampliamos un poco el foco, el radio, hoy es la España plural, algunos hablan de la España periférica, incluida Navarra, la que garantiza la estabilidad, la prosperidad y la solidaridad ante los que tienen un concepto, a mi juicio, erróneo, de".

Para acabar de abonar la idea, justo tres días después el ministro español de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, en una entrevista en La Vanguardia aseguraba que la normalización política, social e institucional en Catalunya era ya un hecho: "Catalunya ha vuelto", decía. Pero si hemos vuelto es que ellos sí creyeron que nos habíamos ido. Y sin despeinarse, el ministro tenía la patchoca de hablar de una "normalización plena", cuando todavía está abierta la investigación parlamentaria por una operación Catalunya que el sistema judicial español ignora; cuando todavía existen exiliados, entre ellos un presidente, oa pesar de los diversos juicios abiertos por supuesta malversación. Y, por si fuera poco, cuando todavía está pendiente de cumplir los principales compromisos que aguantan el PSOE en el gobierno. En el plano retórico, ya sabíamos que el poder da plena impunidad narrativa.

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La coincidencia de ambas expresiones, la Catalunya como periferia de Isla y la Catalunya que ha vuelto a España de Bolaños, permite que se refuercen una a otra y señala la participación de ambos dirigentes en una misma estrategia. Se trata de que Catalunya vuelva a ser española a condición de que asuma con lealtad su papel de periferia. Ahora bien, me parece una obviedad de que esta Cataluña entendida como periferia leal a la España-nación está en las antípodas de una Cataluña-nación. Es cierto que al presidente Isla le desagrada lo que dice el "hipercentralismo", pero no el centralismo digamos bien entendido. Pero dejamos de ser nación, a no ser, claro, que estrafemos su sentido y la reducimos a mero folclore. Nunca ninguna nación podría aspirar a ser considerada periferia de nadie. Y hay que recordar que la Cataluña independiente la queríamos, precisamente, por tener voz propia, soberana, en un espacio internacional.

Debo decir, sin embargo, que si algo me gusta del presidente Salvador Illa es que, en la cuestión del modelo territorial por el que trabaja con pasión, no engaña a nadie. Tiene derecho a defenderle. Al fin y al cabo, ganó las elecciones de hace un año y el Parlament de Catalunya le hizo presidente. Y lo hace sin los dobles lenguajes que tanta confusión habían creado en el pasado y todavía lo hacen ahora. Le da igual que el apoyo electoral fuera del 28% de los votantes –un raquítico 16% del censo–, o que lo consiguiera con el apoyo de un partido que se proclama independentista. Tiene toda la legitimidad institucional para intentar consolidar el viejo y apolillado modelo de la Catalunya autonómica –que algunos consideramos fracasado–, y es a lo que se comprometió en campaña electoral. Lo que no entiendo de algunos políticos de la oposición es que le pidan que haga otra cosa en lugar de explicar las consecuencias que tendrá todo para el futuro de la nación catalana, y qué y cómo lo harían ellos si nunca volvían a llegar a la presidencia. Y lo que no se puede olvidar es que todo el castillo de naipes del presidente Illa puede desmoronarse cuando el PSOE pierda las próximas elecciones.

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Los años de movilización independentista se había adelantado en un mayor autocentramiento mental de los catalanes. No por mirarse el ombligo, sino por mirar el mundo –para seguir con la expresión– desde el ombligo. Es decir, desde una propia tradición cultural y política, desde intereses propios, desde una perspectiva solidaria –decidida voluntariamente, no impuesta–, y desde una identidad de proyecto propia. En cambio, con la Cataluña periférica de Isla, el actual proceso vuelve a ser, forzando la expresión, de desautocentramiento. Con el apoyo de todos los aparatos de propaganda, el "nosotros" vuelve a ser los españoles, y el "aquí" vuelve a ser Madrid.peculiaridad regional".