Picasso-Miró, subversión y catalanismo político universal

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Joan Miró reencontró a Pablo Picasso en Vallauris en 1948 después de ocho años sin verse

A menudo me pregunto qué debe el catalanismo político –el cultural, el abierto y avanzado– a Picasso y Miró, a su arte de transformación e iluminación ya su compromiso antifascista y republicano. Y, en correspondencia, cuál es su papel en la relación entre cultura y política las fundaciones patronímicas que los artistas dejaron como espacio para encontrarse y comunicarse a perpetuidad con la ciudadanía. ¿La libertad estética y el choque como ideario poético y político?

No estoy seguro de que aquella aseveración del poeta JV Foix “Barcelona vive de espaldas a la vanguardia!”, proclamada entre el franquismo tardío y la Transición, sea todavía válida. Por el contrario, la gente de la cultura formamos parte de un eslabón de vasos comunicantes y las instituciones democráticas han soportado el peso económico de la preservación patrimonial. Incluso me atrevería a afirmar que, a 50 años de la muerte de Picasso ya 50 años de la inauguración de la Miró, la pujanza de estos artistas continúa en expansión como fuente de estudio y como modelos éticos para las nuevas generaciones y las nuevas clases que han accedido a la cultura de las minorías desde la socialización del conocimiento.

En una cultura política de resarcimiento identitario conformado por la matriz de la lengua propia, su uso y sus derechos, las aportaciones singulares de Picasso y Miró han sido fundamentales para salir del sobrepeso de la memoria filológica, ensanchar desde otro código la realidad visible y escudriñar lo invisible. A lo largo de la historia de Cataluña, cuando la lengua ha sido perseguida o prohibida, o cuando por voluntad política se le ha querido relegar, otros códigos sinestésicos preservan el sentimiento colectivo. ¿Se exilió la lengua escrita en el lenguaje visual? ¿Es lo visual lo simbólico del filológico? En todo caso Picasso y Miró, amigos de poetas y poetas ellos también, crearon unas operaciones de lenguaje visual transgresoras y exploradoras muy por encima de la política práctica y la limitación realista y psicológica de buena parte de la literatura en lengua catalana de su tiempo .

La adhesión del catalanismo político a Picasso y Miró es simbólica, pero ¿es ontológica? ¿Cuáles son sus valores? ¿La exploración de lo real en formas nuevas? ¿La captación de una energía milenaria? ¿La revuelta política desde el lenguaje? ¿La germinación que nace a partir de la ruptura? ¿La búsqueda en una caligrafía personal? ¿Las raíces demiúrgicas en el ultralocal y el triunfo en el espacio comunicacional que se da en los centros geopolíticos del arte? ¿El republicanismo como catalanismo político?

La biografía de Picasso y Miró son dispares, pero tienen un mismo espíritu de investigación en la innovación expresiva y una adhesión manifiesta a favor de una cultura progresista y republicana, a la vez popular y más o menos esnob, y de vindicación de las libertades políticas . Picasso, de los albores del modernismo popular anarquizante llevó a cabo una lucha estilística permanente a favor de la vanguardia; y Miró, aislándose de la revolución industrial, procuró una revuelta del espíritu. Uno y otro trabajaron día a día desde fuera de la tendencia cultural hegemónica y en busca de la libertad como principio de la creatividad.

La paradoja política no les asustó. Picasso, tras la derrota de la República y Cataluña vencida y, por el contrario, con la victoria de los aliados y la Guerra Fría, se mantuvo en exilio leal al ideal comunista a la vez que fue el más alto prototipo del mercado liberal y la propaganda desde de la comunicación de masas. Miró, en cambio, cabizbajo clandestino bajo la dictadura, siguió una búsqueda dinámica y una revuelta artística a la vez que proyectaba su libertad de movimiento y la de su cultura en el triunfo de su arte por todo el mundo.

Entre la subversión y la solidaridad, Picasso fue a lo largo de un exilio en júbilo el símbolo más opuesto a Franco, a sus crímenes en la insurrección militar fascista ya la reaccionaria alianza nacionalcatólica imperial. El Miró de las constelaciones y el asesinato de la pintura fue siempre el símbolo de la búsqueda de libertad para las nuevas generaciones de artistas. Denunciativo y denotativo, Picasso reescribió el potencial barroco hispánico en un eros mediterráneo a veces clasicizante ya veces elegíaco; y Miró inscribió las ganancias de la poesía contemporánea junto a los poetas catalanes poniendo en dinamismo la energía de un eros universal.

La obra de Picasso y de Miró no son una bandera, ni merecen ser desfigurados en el spot publicitario ni en la degradación del consumo. Abrieron caminos de expresión artística para una revuelta humana y del espíritu, y la cultura catalana en su proyección es deudora. Picasso, antes de pintar La sardana de la paz, manifestó: “Cada uno con sus propios medios debe dar lo mejor de sí mismo en el combate por la paz. Yo lucho con mi pintura”. Y el propio Josep Carner en una carta dirigida a Joan Miró, fechada nada menos que un 18 de julio de 1948 y escrita desde el exilio en Bruselas, le manifestó: “Nadie, de todos los catalanes, ha sabido rebasarles en la compenetración, en la unidad viviente, de nuestra savia milenaria y el sentido de la universalidad”. He aquí.

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