La pista de El Prat y los vicios que no cambian
Viajando en avión, me caen en las manos algunos diarios que no acostumbro a leer. Algunos de Barcelona. Previsibles columnistas de la Barcelona tópica y biempensante continúan anclados en la famosa pista non nata. Muestran una obstinación muy viva a la hora de cuantificar aquello que la economía catalana perderá por no alargar la pista. No se dan cuenta del ridículo. Un país que invierte tantos esfuerzos en cuantificar el crecimiento del PIB basándose en el alargamiento de una pista de aeródromo es, ya me perdonarán, un país delgado. No estamos ante un país pequeño. Países pequeños lo son Bélgica, Suiza... No señor, el nuestro es un país estreñido al que las clases influyentes –que no me atrevo a calificar de élites– no lo ayudan a orientarse hacia aquello que es importante.
Dediqué dos artículos al tema de la pista. No entré a apuntarme a ninguno de los bandos. Solo me pregunté: ¿realmente hace falta? Si hay exceso de pasajeros pienso que pueden ser derivados hacia otros aeropuertos –de hecho, nos sobran turistas–. Y en cuanto a convertir Barcelona en centro de nada, no creo que dependa, en primer lugar, del alargamiento de una pista. Quise significar en mis artículos que la discusión que nos conviene no se tiene que centrar en el alargamiento de algo si antes no se implementa una correcta administración de los recursos. Si realmente hace falta alargar la pista o no, se tendría que determinar después de una buena gestión. Y lo tendrían que sentenciar unos buenos administradores, no un sistema que la realidad se encarga de demostrar que es incompetente. He visto los aeropuertos más deslumbrantes, mejor dotados, en países perfectamente subdesarrollados. Es una regla universalmente comprobada que los ineptos acostumbran a afirmar que todo iría bien si tuvieran más recursos. Por lo tanto, creo que la vía de inyectar dinero a instalaciones mal gestionadas equivale a ir vertiendo insensatamente aceite a una mayonesa cortada.
Asimismo, lo más desesperante es que pasan los decenios y los vicios continúan. Me doy cuenta releyendo al señor Joan Sardà Dexeus –que, por si alguien no lo sabe, es uno de los padres, sino el principal, del Plan de Estabilización español, que en 1959 nos llevó a abandonar el camino del subdesarrollo y a liberalizar la economía para internacionalizarnos–. Sobre los defectos españoles decía: “La cuestión básica reside en la manera de gastar el dinero, tal como hace la administración, y que es uno de los grandes problemas del subdesarrollo español. Por ejemplo, se construyen, concretamente en Madrid, grandes edificios oficiales aparatosos, como las escuelas técnicas y otros. Bien: se entra y no hay ni profesores ni bibliotecas. Con ejemplos, sin embargo, empequeñecemos el problema. La verdad pura y dura es que la Administración parece, en el sector público, ineficiente y corta de miras”. Esto tenía el coraje de decirlo el señor Sardà Dexeus en 1967. Ahora quizás donde dice Madrid podría añadir Catalunya. ¿Hablamos de líneas de alta velocidad? ¿De estaciones de estética “Camp de Tarragona” en lugar de ser “Aeropuerto de Reus” fruto del más puro localismo provinciano? Y si pretenden hacerlo todavía más nuestro podemos hablar de aeropuertos de estética Alguaire.
Seamos serios. Si ahora cayesen del cielo 1.700 millones para ser gastados en infraestructuras en Catalunya, ¿ustedes realmente los gastarían en alargar la pista de El Prat? ¿Por qué tengo que dar por buena una inversión errónea o extemporánea? ¿Simplemente porque el dinero viene de fuera cuando, en realidad, es nuestro? Me recuerda a los pueblos que, con cuatro habitantes, tienen pabellón deportivo (también llamado cultural) y no se usa para nada útil por el simple hecho que no hacía falta. “¡Da igual, lo pagó la Generalitat!”, razonan los del ayuntamiento. ¿Y? Gastarse 1.700 millones en alargar una pista de aeródromo puede estar muy bien dependiendo del país y del objetivo, pero de una cosa estoy seguro: no figuraría en lo alto del gasto de ningún país serio que sufra las carencias en infraestructuras que tenemos aquí.
Aquellos que proyectan influencia en el estado de opinión catalana están obligados a hacer el esfuerzo de conseguir que la población mire más allá de la punta del dedo cuando los gobernantes señalan. Más valdría dejar de hacerse el barcelonés simpático. El alargamiento de la pista de El Prat no es un asunto sobre ecologismo enfrentado al crecimiento desconsiderado. A pesar de que los de siempre hayan llevado la discusión al terreno de los dos bandos irracionales, por puros intereses. Partidistas los unos –los ecologistas y otros oportunistas ad latere –, perversamente interesados los otros –sobre todo las patronales apócrifas–. Ninguno, sin embargo, en el centro del debate racional, ni de los intereses del país.