Pobreza horaria

Me miro el correo, en un arañazo, mientras sorbo el café con leche y me pongo el abrigo. "Tenemos el placer de anunciarte la apertura de inscripciones para la Escuela de Verano del Tiempo, el primer programa de formación europeo sobre políticas del tiempo", leo. Caram, qué novedad. ¡Ay, las claves! Tengo que irme, pero leeré un poquito más. Se ve que esta escuela es "un instrumento que las instituciones y organizaciones pueden utilizar para abordar el malestar horario (que incluye la pobreza de tiempo)". Es un lenguaje todo nuevo que voy a adoptar enseguida. Se lo diré a mi hija cuando llegue tarde: “¡Qué malestar horario que me has dado! ¡Haz el favor de darme bienestar horario!” En fin. Va dirigido a "personal técnico, personas expertas o investigadoras, ciudadanía y organizaciones interesadas". Me interesa mucho no tener pobreza del tiempo, por supuesto. Y mejor que corra, ahora, no sea que hoy sí llegue puntual el tren y se me escape, que el siguiente tiene riqueza de tiempo y no pasa hasta una hora más tarde. Ay, ¿el bolso donde está? ¿Dónde la he dejado? ¿Y el gato? ¿Está fuera o dentro? En la escuela, pues, me enseñarían a "determinar cómo utilizamos el tiempo propio". Qué bien me iría.

Me apuntaría, claro, pero no puedo, porque si bien no soy personal técnico ni persona experta, ni investigadora, sí soy “ciudadanía”, pero también autónoma y usuaria de Cercanías. La autónoma y usuaria de Cercanías no se puede apuntar a ninguna escuela donde te enseñen a determinar cómo utilizas el tiempo propio, porque debe trabajar todo el día y parte de la noche y, por tanto, para decirlo en lenguaje adecuado , padece extrema pobreza del tiempo.

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