Dos relojes, símbolo del tiempo.
26/03/2024
3 min

Decía el poeta TS Eliot que sólo el tiempo puede vencer al tiempo. Es un verso con el que he finalizado muchas conferencias, pero que, últimamente, me ha hecho pensar en la capacidad de los seres humanos de intervenir en lo que parece inmutable. Desde que hemos incorporado el derecho al tiempo, este concepto se ha vuelto más asequible, más manejable, más cercano. Y éste es el motivo de que todo el mundo hable del teletrabajo, la jornada laboral de los cuatro días a la semana, la reducción y compactación de jornada... y de la pobreza de tiempo.

A principios del siglo XX el movimiento obrero reivindicó “los tres ochos” (8-8-8) como fórmula para organizar de forma justa el tiempo de vida: 8 horas para trabajar, 8 para actividad propia y 8 para dormir. Venían de unos niveles de explotación laboral en la industria en los que prácticamente todo el tiempo vital estaba dedicado al trabajo y era necesario restablecer un equilibrio compatible con una vida digna. La reivindicación ya alertaba de que el tiempo no es igual para todos. Los dueños de las fábricas o los profesionales de “cuello blanco” no estaban sujetos a la misma tiranía temporal que los obreros y las obreras. Aún lo tenían peor las mujeres que, además del trabajo remunerado, después tenían (y tienen) una segunda jornada en casa con el cuidado de la familia y de las labores domésticas.

Los datos de que disponemos muestran que la distribución del tiempo responde a los diferentes niveles de poder de los seres humanos y se comporta, por tanto, como un mecanismo de control social. A medida que se sube en la escala socioeconómica, existe disponibilidad de más tiempo libre y de mayor poder de decisión sobre qué hacer y cómo repartirlo. En 2019, una de cada tres personas de la Unión Europea con elevado nivel educativo declaraba poder decidir sobre su tiempo. Y los CEO y personal directivo tenían mucho más control sobre su tiempo que trabajador(e)s manuales, trabajador(e)s de supermercados o personal de hostelería.

El tiempo atraviesa la clase social, pero también el eje de género, ya que los datos indican que los hombres disponen de su tiempo con mucha más libertad que las mujeres. Un ejemplo reciente es la pandemia, donde, si bien se confinó a toda la población, las mujeres asumieron más del 50% del cuidado de niños y personas mayores, así como de las tareas domésticas.

Esta desigualdad sigue siendo muy profunda en nuestra sociedad y ha conducido al concepto pobreza de tiempo que sufren fundamentalmente las mujeres, y especialmente las que se encuentran en situación más precaria y vulnerable. La economista estadounidense Claire Vickery fue la primera científica en introducir el tiempo como una variable para la medida de la pobreza, entendiendo que los recursos de cada familia están determinados, en gran parte, por el número de horas de que dispone cada adulto para ganar ingresos en el mercado. Las mujeres no disfrutaban de ese tiempo para trabajar fuera de casa debido a la responsabilidad sobre la vida doméstica. A pesar de este inicio, basado en la falta de tiempo para conseguir dinero, el término "pobreza de tiempo" ha ido derivando hacia la necesidad de los seres humanos de gozar de tiempo personal, más allá de lo laboral y el familiar. Podríamos decir que la pobreza de tiempo mide el número de horas que dedicamos a otras personas y no a nosotros mismos, independientemente de si lo hacemos con mayor o menor placer.

El límite de la pobreza de tiempo se establece cuando la persona no dispone de unas tres horas diarias de tiempo de libre disposición. ¿Tenemos tres horas libres al día para tiempo personal? Mucho temo que la respuesta será, en muchos casos, negativa. Pues debemos saber que la vulnerabilidad no es sólo una cuestión económica sino que la carencia de tiempo también nos empobrece.

Desde la psicología se ha identificado que la falta de tiempo para el disfrute y el crecimiento personal afecta negativamente al bienestar de las personas. La ansiedad y estrés por no poder desconectar ni relajarnos impactará en nuestra salud mental y también en la creatividad y la productividad en el trabajo. La escasez de tiempo influirá en nuestra salud física, al no poder realizar ejercicio o no poder mantener una dieta saludable. El tiempo de ocio no es un deseo, sino una necesidad para el bienestar físico y psicológico.

Es por eso que todas las medidas políticas y empresariales que vayan en el sentido de liberar tiempo personal (ahora que la tecnología nos lo permite más que nunca y podemos controlar mejor la productividad) son bienvenidas en ésta, como diría Proust, búsqueda del tiempo perdido.

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