La autodeterminación, ¿es un horizonte, o una línea roja? Creo que si ERC, la CUP y Junts nos contestan con sinceridad, la respuesta correcta es la primera. La autodeterminación es un objetivo para el medio o largo plazo, no para pasado mañana, dada la correlación de fuerzas y el paupérrimo estado de ánimo de las bases soberanistas, desorientadas por la represión y las disensiones internas.
Claro que esto cuesta decirlo en voz alta. ERC decidió hace años que la coyuntura pedía diálogo con Sánchez, y la broma le ha costado una doble hemorragia electoral: mientras que los logros relativos (barrar el paso al PP, reformas sociales, indultos, reforma de la sedición) han beneficiado al PSC, los fracasos (mesa de diálogo entre gobiernos) han dado alas a quienes, desde Junts y la ANC, pasaron del sit and talk a señalar a traidores y vendidos.
Pero ahora las cosas han cambiado. Sánchez está abocado a entenderse con el soberanismo, porque Ciudadanos –su muleta alternativa– ha dejado de existir. Y los votos de Junts se han convertido en decisivos para la investidura. Puigdemont tiene un protagonismo inesperado, que más de media España ve como una humillación. ¿Mantendrá Waterloo la política del no surrender, del “no hay nada que hablar”, ¿o aterrizará en la política de negociación?
Lo ideal –y desgraciadamente lo menos esperable– sería que los dos grandes partidos independentistas pactaran una tregua para aprovechar una coyuntura favorable. Que ERC no reproche a Junts su cambio de estrategia, y que Junts no reproche a ERC su táctica negociadora. Y que los peces que caigan en el cesto se vendan como un éxito conjunto de país. Ahora bien; si esto ocurre, ¿qué es lo que se debe negociar? Todos sabemos que si la línea roja es un referéndum de independencia, el PSOE se opondrá e iremos a unas nuevas elecciones de resultado incierto. Se trata de una opción legítima, por supuesto. Pero los que creemos que la actual oportunidad no debe desperdiciarse tenemos que hacernos una pregunta difícil, una pregunta que nadie quiere hacerse: ¿a cambio de qué podemos aplazar una exigencia fundamental, como es la autodeterminación?
Mi carta a los reyes incluye tres ámbitos: el poder, los recursos y los símbolos. Para mí, los tres son igualmente importantes. Poder significa autogobierno ensanchado y blindado; recursos significa corregir la sangría fiscal y más inversiones; símbolos significa visibilidad interna y externa del hecho nacional. En mi lista de deseos estaría (además de la amnistía, por supuesto) un pacto fiscal, la gestión de las infraestructuras clave, una ley orgánica que elimine las amenazas sobre el catalán, un organismo de control de la ejecución presupuestaria y selecciones deportivas oficiales que compitan, como mínimo, en el ámbito europeo.
Todo esto, ¿me haría renunciar a la independencia? No, por supuesto. Pero sí que me haría votar a favor de la investidura de Sánchez. O me la haría más digerible que una repetición electoral, o un gobierno de PP y Vox. El martes, Carles Puigdemont hará públicas sus demandas. No depende de nadie, ni siquiera de este Consell per la República que parece que ahora le molesta. Pero a mayor concreción, mayor riesgo. Por eso el lendakari Urkullu se ha sacado de la manga una "convención constitucional" que no compromete a nada. (Y a todo esto, ¿oiremos alguna propuesta del president Aragonès?)
Lo que está en juego ahora mismo no es la independencia, sino la posibilidad de que el independentismo se apunte un éxito que tenga consecuencias positivas para el propio movimiento, para la nación y para sus ciudadanos. En el contexto actual, no es poco. Y, en cualquiera de los casos, la lucha del independentismo continuará, quién sabe si con mejores perspectivas.