Que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. El consejo bíblico –para que no se haga alarde de la caridad cuando se da limosna– me viene a la cabeza viendo ciertas decisiones públicas contradictorias. No hablo de propuestas tibias para contentar a todos ni de dar marcha atrás por falta de apoyos, sino de anunciar una medida con un propósito loable mientras, simultáneamente, se aplica otra que va en sentido inverso. Cuando el diablo extiende la capa, por un lado tapa y por otro destapa.
Veamos un ejemplo reciente sobre los privilegios que se ofrecen a los ricos extranjeros. Por un lado, el gobierno del Estado ha anunciado que acabará con la concesión automática del permiso de residencia al que compre un piso de quinientos mil euros para arriba. Una buena noticia, si dejamos de lado que nos seguiremos tragando las golden visa no inmobiliarias (por aportaciones a fondos de inversión, algunos muy dudosos, por ejemplo). Y que un anuncio, a medio camino entre el brindis y el compromiso, es como la sardana, una bella danza que se hace y se deshace. Portugal, desde el caso de corrupción Laberinto, vinculado a estos permisos, estuvo unos años haciendo malabares hasta su eliminación. En toda la CE este tráfico de ciudadanía sólo se mantiene en Malta, Grecia e Italia, además de en España. La Comisión le considera "incompatible con las normas de la UE". No sólo hay riesgos –en materia de blanqueo, evasión fiscal, corrupción, financiación del terrorismo, infiltración de la delincuencia organizada y seguridad– sino, como señalaba Elena Costas en un artículo reciente, una desigualdad hiriente en términos de justicia migratoria.
Por otra parte, en paralelo, hace casi 20 años de la ley Beckham que establece el régimen fiscal especial para los recién llegados acomodados (impatriados es el nombre técnico). Se les considera no residentes a efectos fiscales y no pagan el IRPF ordinario. La gracia (para ellos, no para los contribuyentes normales y corrientes) es que sólo tributan por las rentas y los ingresos obtenidos en España, no por los que se embolsan por estos mundos de Dios. Y, siempre que no pasen de la modesta cifra de 600.000 euros, lo hacen a un tipo fijo del 24%, no a un tipo progresivo como todo el mundo. Una auténtica ganga. La ley recibe ese nombre porque el futbolista del Madrid fue uno de los primeros beneficiarios. Hacía tanto miedo que en el 2015 se excluyó a los deportistas. Pero las modificaciones posteriores (vía ley de start-ups y vía reglamento) aumentan las ventajas y beneficiarios de este oasis fiscal, contrariamente a la tendencia europea a recortarlo o suprimirlo, como ha hecho Portugal. Se pueden aprovechar empleados por cuenta ajena desplazados o contratados en España, administradores, emprendedores y profesionales altamente cualificados. Sin embargo, en los nuevos colectivos no caben los autónomos, sino los expados o los nómadas digitales, que trabajan en remoto y se establecen en nuestro país porque quieren. También pueden adherirse los cónyuges e hijos, en una especie de reagrupamiento familiar tributario. Para más inri, Hacienda ha dejado claro que, en caso de paro, los afectados pueden seguir acogidos al régimen una temporadita.
El objetivo común de la golden visa –que permite transitar libremente por el espacio Schengen– y la tributación de los trabajadores deslocalizados era “atraer inversiones y talento” en un mundo cada vez más globalizado y competitivo. El argumento chirría, por mucha jerga business friendly con que se envuelva. ¿Qué emprendeduría y qué innovación se atrae con permisos para residir a quien no reside o con empujones fiscales a quien no los necesita? ¿Dónde invierten? ¿En qué gastan esa gente? Si algo tienen en común estas medidas, en serio, es el blando de privilegios que son negados al resto de foráneos que vienen a vivir y trabajar en el país. Alfombra roja para unos pocos; sangre, sudor y lágrimas para el resto.
A menudo se pasan por alto los vínculos entre la desigualdad y la corrupción, que, de la mano, impulsan el descontento, la desconfianza y el cinismo del que se nutre el populismo. La desigualdad en el trato alimenta una visión de la política y de las instituciones como sistemas hostiles o inútiles para garantizar la justicia y la imparcialidad. En sociedades escindidas entre una élite poderosa y una masa empobrecida disminuye el sentimiento de tratar moralmente a los vecinos y de contribuir al bien común. Todo el mundo va a lo suyo y barre hacia casa, a poco que pueda. Del mismo modo, se fomenta la mediocridad. ¿Por qué esforzarse en realizar buenos proyectos si la posición y los contactos, no la valía o el mérito, lo pueden todo? Al perro que tiene dinero le llaman señor perro.
El otro efecto colateral de las políticas foreign friendly para pasavolantes y temporeros de lujo es el encarecimiento de la vivienda ligada a la especulación. El impacto, que en algunos lugares es relativo, puede ser significativo en otros, y el efecto simbólico irradia más allá: la vivienda concebida como un lujo y la gentrificación como un efecto natural e imparable. El efecto llamada es innegable. El Eixample de Barcelona, el casco antiguo de Girona... se han convertido en un escaparate del que son expulsados incluso los hijos de la clase media, centrifugados en el extrarradio o hacinados en pisos compartidos. La amalgama de guiris no estacionales, sumados a los turistas ocasionales, ha contribuido decisivamente, como explicaba un reportaje del ARA. Huéspedes vinieron que de casa nos sacaron. Les hacemos la estancia tan fluida como el trámite burocrático, tan blanda como la presión fiscal. Pueden vivir en inglés (en francés en el Empordà), hacer el brunch y llevar a los niños a las escuelas internacionales de élite. La genuflexión de los autóctonos es absoluta. El esfuerzo de vecindad y de integración sólo se exige a los inmigrantes, que no son más que los extranjeros pobres.
En momentos de tanta gesticulación vale la pena fijarse en la coherencia entre lo que se predica y lo que se aplica. Y concluir, a gusto del consumidor, si detrás de la inconsistencia existe un diagnóstico erróneo, una voluntad errática o, sencillamente, una tomadura de pelo.