De Puigdemont a Caballé

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Estación de Sants a primera hora de la mañana. XAVIER BERTRAL

Cuenta Zapatero en una entrevista en El País que cuando él era presidente, Rajoy se mostraba en privado más receptivo con el fin dialogado con los terroristas de ETA que con el Estatut de Catalunya. Pues no hace falta añadir más.

En las últimas horas, los medios españoles han dedicado titulares de alegría nada disimulada al anuncio de Puigdemont de que dice que irá a la política institucional si no sale elegido presidente. Pero si es igual: el día en que el enemigo público número 1 no sea Puigdemont ya designarán a otro, como podrían explicar Carod Rovira o el propio Jordi Pujol. Ni Estatut, ni referéndum, ni bilateralidad, ni bicapitalidad, ni bicarbonato. Aquí lo único que el Estado hace de dos en dos en Catalunya es bautizar aeropuertos y estaciones de tren, prerrogativa de la metrópolis frente a la provincia, porque desde el Génesis se sabe que quien pone el nombre de las cosas es su amo y señor. Si exceptuamos el restablecimiento controlado de la Generalitat en 1977, estamos allí donde decía Josep Pla en el año 36: “Catalunya se comprende sometida o independiente. Somos demasiado mórbidos para la sequedad granítica de Castilla”.

Cuenta el cantante Raimon en su dietario (Pincha de tiempo, Empúries) que en el año 84 participó en Girona en unos debates titulados "¿Qué es España?" y que, cuando terminaron, pensó que las sesiones estuvieron hechas para intentar racionalizar un sentimiento previo: “La gente de lengua castellana siente una especie de malestar, desazón y algunos de irritación, por el hecho de la existencia de la lengua catalana y de una realidad que desconocen y los desconcierta”. Y que también ocurría al revés, y que estos sentimientos son “una fuente de malentendidos y actitudes más o menos agresivas”. Estamos ahí mismo, y eso significa que ya les está bien.

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