La pulsión autoritaria de la derecha española
1. Regreso al pasado. El PP, junto a la coartada de Vox, gira hacia el pasado como si le hubiera entrado nostalgia de los orígenes. Todos conocemos la historia de la derecha española, que no puede decirse que tenga una larga tradición democrática. La conciencia de que el cambio era inevitable y de que la continuidad de la dictadura imposible, hizo que UCD liderara una fase compleja –y en algunos momentos convulsa– con un sentido de apertura –y en parte de inexperiencia, todo era nuevo– lo suficiente estimable, contribuyendo a crear un clima de cambio absolutamente indispensable. No era fácil situar a las instituciones franquistas en la vía necesaria para llegar a puerto en las condiciones adecuadas. Y en los gobiernos Suárez había gente con convicción democrática y ganas.
El 23-F nos recordó de dónde venía todo y que quedaba mucho por hacer si se quería seguir adelante. Y siempre quedará la sospecha de que las prisas de Tejero hicieron abortar algo peor. Bajo el mandato de Leopoldo Calvo Sotelo, el presidente del que nunca nadie se acuerda y que jugó un papel decisivo, en poco más de un año se condenó a los golpistas y se hizo el traspaso de poder (1982) al PSOE de Felipe González, quien, legitimado por una amplia mayoría absoluta, marcaba el fin de la Transición y el inicio del nuevo régimen. Caía un gran tabú. Y la izquierda podía volver a gobernar a España.
Luego las inercias se impusieron. Las dinámicas del poder no son fáciles de modular. El PSOE, más obsesionado en conservar el poder y mantener la estabilidad que al contribuir a dotar a las instituciones y al país de los hábitos y la cultura democrática que no tenía, se desdibujó en la obsesión de resistir, hasta que quedaron atrapados en los GAL y la corrupción, y el desgaste se aceleró.
2. Una larga tradición. Desde que Aznar logró el liderazgo del nuevo régimen, después de que el PSOE enterrara las fantasías de la Transición para consolidar el Estado democrático, empezando por limitar el espacio de lo posible, la derecha española se ha ido desplazando –al ritmo , cabe decirlo, de buena parte de la derecha europea– hacia posiciones cada vez más reaccionarias. Poco a poco, se ha ido descarando, liberándose del tabú del franquismo. Ahora ya no les da miedo mirar atrás con melancolía, es decir, reconocer sus orígenes. Y Feijóo, mientras su discurso público se centra casi exclusivamente en la descalificación del adversario, como si las ideas o propuestas le fueran ajenas, está asumiendo una nostálgica recuperación del pasado.
Las alianzas con Vox le sirven de coartada. Y es mentira. Vox estira los hilos que el PP nunca ha roto y que, en buena medida, determinan el horizonte de la derecha española: familiaridad con el franquismo y "Una, grande y libre". Mal es cuando se debe justificar lo que se hace por las exigencias del socio minoritario que condiciona. Y peor aún cuando cedes en cuestiones que corresponden a valores antidemocráticos y contrarios a la cultura liberal. Pero parece que para el PP el liberalismo comienza y termina estrictamente en el terreno del dinero. Y es que en España el liberalismo político, a derecha e izquierda, ha tenido poca tradición. El peso de la religión católica ha sido determinante. No ha sido sólo creencia mayoritaria, sino que ha jugado el papel de aparato ideológico de Estado, especialmente en moral y educación.
Es cierto que el contexto actual de las derechas europeas, en vía directa al autoritarismo, ayuda –y sirve de coartada. Pero hace ya tiempo que el PP va detrás de la idea de borrar las fronteras que separan la democracia del franquismo y de legitimar el cruel pasado de la derecha. Siempre miraron mal tanto la ley de memoria histórica de Zapatero (2007), que rompió el tabú del pasado, como la ley de memoria democrática de Pedro Sánchez (2022) De hecho, Casado ya lo intentó. Y ahora la operación toma cuerpo en el que el PP manda con Vox: abolición o reforma de las leyes de memoria histórica en Aragón, Generalitat Valenciana, Cantabria, Baleares y Extremadura. La retórica revisionista del PP vuelve a las instituciones. Y no es accidental: forma parte de su tradición y batalla ideológica de los sectores más conservadores de la derecha europea. Y el PP, online, de momento, se queda solo con Vox. Que dure. ¿Quién se atreverá a acercarse primero?