QAnon o la derecha milenarista del siglo XXI
Trump ha jugado a no desmentir esta teoría de la conspiración: muchos de sus seguidores son adeptos a ella
De las muchas teorías de la conspiración que ahora mismo se hacen y se deshacen, QAnon destaca por sus implicaciones políticas concretas y recientes: algunos de los partidarios más extremistas del presidente saliente de los Estados Unidos creen en ella y, cuando se le ha preguntado sobre el tema, Trump ha jugado a no desmentirla; si en estos momentos el presidente se atrincherara en la Casa Blanca, seguramente entre sus defensores habría muchos adeptos a esta tesis.
QAnon nació en octubre de 2017 cuando un tal Q Clearence Patriot reveló a la web 4Chan (conocida porque no permite ningún registro de usuario, de forma que la autoría de las publicaciones es muy difícil de trazar) detalles sobre una cábala de adoradores de Satán que gobierna el mundo a la sombra a la vez que dirige una red global de pederastia. La conspiración la forman miembros de la alta administración estadounidense y del Partido Demócrata, actores y actrices de Hollywood y (claro) ricos judíos como George Soros o la familia Rotschild. Donald Trump lidera una lucha en contra, de la cual todavía no puede decir nada, y pronto lanzará una gran operación para desenmascararla y derrotarla. Mientras tanto, hay que estar preparados y tratar de interpretar las señales ocultas que el presidente envía por Twitter y los medios en forma de mensajes ininteligibles para el común de los mortales. Cuando todo haya pasado, reinará la paz en el mundo y en las redes.
Ante estos delirios es pertinente el libro de Norman Cohn En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media (Pepitas de Calabaza, 2015), publicado originalmente en 1957, y que sigue el rastro de una multitud de grupos subversivos de la Europa medieval que tenían creencias que resuenan en los postulados de QAnon. Para empezar, consideraban que vivían en un mundo controlado por hordas satánicas que, disfrazadas de judíos, eclesiásticos y gente poderosa, se habían infiltrado secretamente en la sociedad, secuestraban a niños con propósitos rituales y pervertían a la humanidad para arrastrarla a la damnación eterna. Las dirigía el Anticristo, que ya estaba en la Tierra (según muchos de los adeptos, en la forma del papa de Roma) para evitar la inminente segunda venida de Cristo, tal como demostraban la corrupción y los grandes desastres observables por todas partes.
Solo si los esbirros del Anticristo eran destruidos tendría lugar el segundo adviento, que iniciaría la Edad del Espíritu o, simplemente, el Milenio: mil años de bienaventuranza durante los cuales las instituciones y leyes humanas (propiedad privada, trabajo, jerarquías sociales, familia…) quedarían abolidas y la cristiandad viviría en plenitud espiritual mientras la bondad y la paz reinaban hasta el Juicio Final. El emperador de Alemania (o el rey de Francia, dependiendo del lugar de la revuelta) estaba al corriente de la trama, odiaba a los nobles y eclesiásticos que formaban parte de ella y esperaba el momento adecuado para enfrentarse a ello.
Durante siglos fue habitual que en los periodos convulsos surgieran grupos milenaristas que desplegaban toda la potencia violenta de estas ideas, y algunos llegaron a imponer efímeramente el Milenio en la Tierra: en los siglos XV y XVI las sectas taborita y anabaptista crearon sociedades basadas en la propiedad comunal y la igualdad económica (a pesar de que no la de género, hay que decir), pero fracasaron y acabaron en baños de sangre alentados por sus propios dirigentes, megalómanos mesiánicos que se habían elevado de entre los sublevados gracias a su carisma personal. En el libro, al fin y al cabo, Cohn no documenta ni una amenaza real y amplia contra los poderes establecidos, pero sí centenares de pogromos, asesinatos en masa de cristianos no adeptos, saqueos, violaciones…
En realidad, como cualquier revolución basada en una teoría de la conspiración, a la pulsión milenarista le faltaba potencial emancipador. Las teorías de la conspiración crean la ficción de un mundo controlado y, por lo tanto, controlable, y no cuesta entender por qué las épocas de inestabilidad las hacen atractivas. Ahora bien, dar al poder la forma del esperpento terrorífico de la conspiración omnipotente conduce, fácilmente, a pensar que solo un dirigente mesiánico puede enfrentarse a ello. Por eso los regímenes totalitarios del siglo XX promovieron estas teorías (tal como plantea Cohn: ¿qué es el Reich de mil años prometido por Hitler sino una versión laicizada del Milenio?) y por eso Trump pone buena cara ante los milenaristas de QAnon.
En nuestra época de inestabilidad, se puede sugerir que lo que está facilitando este resurgimiento es la tendencia de los medios a divulgar visiones simplistas de la realidad, o el surgimiento de nuevas formas de propagación masiva de ideas, o la falta de una cultura revolucionaria analítica y de masas. El problema, sin embargo, es viejo: colectivos que responden a inseguridades profundas y se entregan a instintos primitivos y simplificadores disfrazándolos de relatos que les confieren prestigio de disidentes e identidad de grupo. Armarse intelectualmente y dejar de ser condescendiente con estos discursos es una necesidad.