Se queman los sueños
Cumpliendo los presagios más funestos, el año empezó apocalíptico. Con Donald Trump amenazando con enviar al ejército para controlar Groenlandia y el canal de Panamá. Esto con el pretexto de la seguridad económica y estratégica (qué casualidad que siempre la seguridad de los mismos dependa de la inseguridad del resto), y días después de amenazar (qué desgracia mundial que este señor amenace a alguien cada vez que abre la boca) con crear "un infierno en Oriente Medio" si Hamás no libera a los rehenes. Como si Gaza no viviera ya en un infierno. Los Angeles, la ciudad de los sueños, vive su infierno particular. Una pesadilla entre sueños, y perdóname el comentario fácil, pero los incendios que queman incesantes en la ciudad son realmente la contraposición a lo que esta ciudad representa. Y, nos guste más o menos, buena parte de nuestra cultura es la que se ha generado y genera en esta California ahora devastada por el fuego. Lo vemos en la distancia, pero también en todos los sitios comunes que simboliza. Impresiona muchísimo. Se nos quema nuestro propio imaginario.
Aquí todavía tenemos, y tendremos durante mucho tiempo, la imagen de la Valencia ahogada, con las casas destrozadas, las calles embarradas y el luto profundo por tantas muertes, con el presidente incompetente sentado en su silla, como si nada , y el rey de España destacando el día de Reyes como "la tragedia ha vuelto a poner de manifiesto el valor de las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad como elemento esencial de la acción del Estado", y yo pensando, pues que bien haya tragedias para que el ejército sirva para algo, aunque en la tragedia del franquismo el ejército también fue "el elemento esencial de la acción del Estado". No quiero pensar en los actos de los 50 años de la muerte del dictador porque las lágrimas que veremos serán de añoranza y esa afección por el pasado me genera, entre otros, una reacción cutánea.
En Los Ángeles queman los barrios de lujo. Muchas estrellas de Hollywood ven cómo sus propiedades millonarias han quedado convertidas en ceniza, como se ha quemado el valor de un sitio, ahora convertido en polvo y negrura. Es como una película, nunca mejor dicho. Pero ahora son unos personajes más de esta historia que afecta a una ciudad entera ya todos sus habitantes. Ellos tenían las mejores colinas, las mejores vistas, las mansiones más envidiadas. El fuego, como el agua, el viento o la nieve, no discrimina a nadie por su estatus. Las casas más ricas y las más pobres las llenamos de recuerdos. Cuando una persona pierde su casa pierde todos los recuerdos, y eso, emocionalmente, tampoco nos diferencia. Las lágrimas por el sentimiento de pérdida son igualmente saladas, con independencia de los dólares que tengas en tu cuenta corriente. Pero esa cuenta corriente sí hace la diferencia. Porque cuando lo pierdes todo, aunque sean los recuerdos más preciados, y sabes que puedes recomenzar, es muy diferente a cuando realmente has perdido todo lo que tenías y recomenzar se te hace un abismo. La devastación del paisaje es común, pero cada uno, después, vive su propia devastación. Ahora mismo, ver esta geografía quemada es tristísimo para todos. Menos para Donald Trump y Elon Musk, supongo, que ya pensarán cómo sacar dinero, culpar al fuego de ser fuego enemigo y amenazar con algún otro infierno cuando el infierno literal lo tienen en casa. Pero como las estrellas son demócratas...
El año ha empezado ardiendo. No parece que entremos en el período más plácido de la historia. Y ahora, ni siquiera Hollywood nos lo podrá endulzar. Vamos.