Querido Ricardo

Félix Solaguren-Beascoa, director de la ETSAB/UPC
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Ricardo Bofill

Esta mañana, a media reunión, me han llamado para decirme que te habías ido por siempre jamás. “No puede ser –me he dicho–, pero si habíamos quedado para vernos y hacer un café a la vuelta de las vacaciones”.

Ricardo [Bofill], hemos tenido un trato corto pero muy intenso, y esto pasa pocas veces. Te vi por primera vez hace muchos años, cuando viniste a hacer una conferencia a la ETSAB, la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. La expectación fue impresionante. No he visto nunca en ningún otro acto la misma asistencia de estudiantes ni de público. Me quedé viendo tu explicación desde el confort que ofrece el fondo de la sala. Te he hecho sonreír cada vez que te lo he recordado.

Cuando la ETSAB te propuso como doctor honoris causa de la UPC, te mandé una carta comunicándotelo. Recuerdo que alguien de tu despacho me dijo que te sorprendió. Me citaste en tu casa, en Sant Just, para conocernos. Imagínate mi sensación de salir del fondo de la sala de conferencias para sentarme a tu lado. Fuiste encantador, y estabas muy agradecido. Descubrí la persona por encima del personaje. Me preguntaste el porqué. Mi respuesta fue una cosa así como que “si hay alguien del mundo de la arquitectura que se lo merece, este eres tú”.

Me preguntaste dónde habíamos pensado hacer el acto de investidura. Te respondí que en el edificio más bello de Barcelona, en Santa Maria del Mar. Te emocionó, y te pedí a quién querías "com a padrino o madrina”. Fuiste contundente: “¡A ti!” Casi me desmayo, porque no quería abandonar mi espacio de confort. Fuimos atrasando el acto debido a la pandemia. Nos hemos ido viendo varias veces y, mientras me ibas explicando tus proyectos, tu actitud rebelde y tu visión de la vida, te dije: “Será el 30 de septiembre”. “Mejor un poco más adelante”, respondiste. “No, será el 30”. “Por qué?”, insististe. “Porque es la fecha de mi aniversario”. Tu risa todavía resuena en la Catedral, que es como le llamabas a tu casa. “Pues que sea el 30”. “¿Me dirás entonces el porqué del acto?”

El 30 de septiembre nos encontramos en la sacristía de la iglesia, ¿te acuerdas? Comentábamos cosas nimias y nos reíamos. Fue bonito. Y empezó el acto. Los dos levantamos las cartas.

La universidad, la ETSAB, ha cambiado mucho desde que te expulsaron el curso 1956-57. Fue quizás el favor más grande que le hicieron al mundo de la arquitectura, aunque fue una injusticia no saldada desde entonces. Como director del ETSAB, aproveché la ocasión para pedirte disculpas en público por aquel acto injusto en nombre de la institución. Aquella expulsión hizo que cambiaras de escalera y te lanzaras al mundo, y con tu obra conseguiste convertir tu querido Taller en uno de los despachos más importantes del mundo, un hecho inabarcable para casi todos los mortales. Defendí, contrariamente a los que se dedican a adjetivar la obra de alguien, que no tienes estilo, que tu estilo han sido todos, siempre avanzándote a todas las corrientes del mundo de la arquitectura: la espacial, la clasicista y la tecnológica. Las has manejado todas, y con maestría. Pero si hay algo común en todas, es que siempre has mantenido el ser humano como el principal protagonista de tu obra.

Recuperaste plazas y calles, lugares de encuentro con un cierto tono mediterráneo, de tu Mediterráneo, una cosa que emociona, como emociona la belleza, pero todavía emociona más la relación humana, y esto te ha convertido en referente, en un clásico en el sentido de Sainte-Beuve o de T.S. Elliot.

Sé que te hizo gracia que recuperara uno de tus primeros libros, L'architeture d'un homme, como hilo argumental de la laudatio del acto. Era el libro de un “amigo” los comentarios del cual fui utilizando a lo largo del discurso, un amigo misterioso que todo el mundo quería saber quién era. Me llamó la atención que cuando comimos en casa de Marta y te lo traje, en el momento de los postres te pedí que me lo dedicaras. Me di cuenta entonces que desde el principio siempre habías sabido quién era “mi” amigo.

Siempre me das las gracias, cuando en realidad quien tiene que dártelas soy yo. Durante las pasadas elecciones para la dirección de la ETSAB me llamabas a menudo para ver “cómo iba la cosa”. Te lo agradecía cada vez, porque querías que continuara al cargo, puesto que me confesaste que había conseguido emocionarte con el acto de Santa Maria del Mar. No fui solo yo, fue mi equipo, fue mi querida ETSAB, que quiso reconocer tu tarea como arquitecto y como intelectual. Te echaré de menos, mucho, y creo que tú a mí también. Ha sido una amistad corta, demasiado corta, pero, como ya te he dicho al principio, muy intensa. Pero no te perdonaré nunca que ya no quedemos para tomar juntos el café que de vez en cuando nos debíamos.

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