RAC1: una estructura de estado de ánimo

1. Hace veinticinco años, por estas fechas, con Albert Rubio y Eugeni Sallent trabajábamos con la ilusión de montar una radio privada en catalán, desde cero, y la inquietud de no saber cómo iría. En la planta quince de un rascacielos de la Diagonal, todo iba tomando forma. Mientras se construían los estudios y hacíamos tests de actualidad para contratar a redactores, el proyecto avanzaba xano-xano. Todos los días, una emoción nueva. Escoger un nombre, crear un logotipo, elegir unos colores corporativos y aplaudir la sintonía que le habíamos encargado a Ia Clua y que hoy todo el mundo tararea. Aquellas son todavía las notas de la radio líder. Cada día hay unas 900.000 personas que, un rato u otro, escuchan a la emisora ​​que se ha convertido en una estructura de estado. Al menos, del estado de ánimo de muchos miles de nosotros.

2. Sin embargo, éste no es un artículo de nostalgia. Es una columna de reconocimiento a los oyentes, ahora que se celebrará el Día Mundial de la Radio y que en RAC1, en el cumpleaños redondo del primer cuarto de siglo, han decidido ponerlos a ellos en el centro de la parrilla. Es necesario hacerlo y es de justicia. La hoja de ruta inicial era ser fuertes en entretenimiento y deportes (es decir, Barça) y desmarcarnos de lo transatlántico que era Catalunya Ràdio y diferenciarnos de Ona Catalana, la otra privada que nacía en el mismo momento y que, con el fichaje de un crack como Josep Cuní, nos olfateamos que querrían seguir el modelo generalista que triunfaba. El del rigor, la profesionalidad, la ambición periodística, pero, quizás, un cierto envaramiento. En RAC1, más por pillería que por ciencia, incidimos mucho en el tono. Queríamos hablar como hablaba la gente, sin cantos, poniéndonos a su nivel, contando más que leyendo. Y enseguida, para nuestra sorpresa, se creó un grupo, llamado Amigos de RAC1, que eran mucho más que oyentes fieles, incluso cuando los EGM de las primeras audiencias tendían a cero. En aquellos momentos, lo fácil habría sido ponerse nervioso y variar el rumbo, pero la propiedad –Grupo Godó– siguió confiando en el modelo de entretenimiento, Barça y un tono determinado. La paciencia ha tenido premio.

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3. Para dar el salto definitivo, RAC1 supo fichar a los dos mejores para seguir el modelo inicial. Y, además, aprovechó el error histórico de Catalunya Ràdio de prescindir de Antoni Bassas. Por ese buñuelo, incomprensible, muchos oyentes atravesaron la Diagonal, descubrieron un dial que no tenían sintonizado y quedaron atrapados. Hoy, el estado de ánimo de Jordi Basté y de Toni Clapés a menudo es el nuestro. En ambos prime time radiofónicos, hay dos bestias del micrófono que viven y se desviven por el programa. Cada uno con sus manías, huelen el tema del día, subrayan los detalles, ponen el cuerno y se mojan por una causa. Con mayor gravedad o con distancia, con causticidad o con el sentido del humor de los muppets, nos orientan y nos acompañan en la crisis económica, en la cóvida y en el Proceso, un tema en mayúsculas en RAC1. Mientras, Joan Maria Pou lleva 25 años cantando todos los goles del Barça, 11 Ligas, 5 Champions y toda la era Messi. La apuesta ha salido redonda.

4. Los retos para los próximos veinticinco años de RAC1 son tan diversos como urgentes. Con la tranquilidad de no tener nada que ver, esbozo diez. Saber hacer el relevo de las estrellas cuando empiecen a decir pásalo bien, que las mujeres no sean un relleno de la parrilla, que el catalán dejado de las nuevas generaciones de locutores no se imponga, que la agenda temática no la marque TikTok, que la tertulianización no devore el resto de contenidos, que se cuide más de la edición radiofónica que ahora, que la creatividad no se rinda nunca ante las rutinas, tratar a cada oyente como si fuera de la familia y que l objetivo no sea la cantidad de audiencia sino la calidad del producto. Y, en caso de duda, mayor periodismo.