Reflexiones precongresuales
Los varios sectores enfrentados dentro de ERC van con las espadas afiladas a un proceso precongresual que recuerda las tormentosas crisis que el partido vivió en tiempos de Colom, Carod-Rovira y Puigcercós. Ahora, un ciclo electoral nefasto ha destapado de nuevo las rivalidades internas, enterradas durante demasiado tiempo. Si los republicanos quieren que salga algo positivo de este doloroso proceso, deben tratar de entender por qué el electorado les ha dado la espalda.
Una de las claves de la situación actual de ERC ha sido la derrota de su relato, una vez se consumó el fracaso del Procés en el 2017. Los republicanos decidieron que las reivindicaciones debían gestionarse desde la gradualidad y el diálogo, con constantes guiños hacia el electorado no independentista, para ensanchar su base y acumular capital político de cara a futuros embates. Pero esta estrategia, pensada para concentrar el voto, ha resultado ser una centrifugadora: mientras Junts atizaba la indignación de los votantes más inflexibles, el PSC se apropió del relato del diálogo, atribuyendo los eventuales acuerdos a la "generosidad" de Pedro Sánchez.
ERC ha mostrado poca destreza en la gestión de esta política combinada de patriotismo y pactismo, que requiere un gran sentido de la oportunidad. Ahora ya está claro que dejar a Junts fuera de la mesa de diálogo, para monopolizar sus resultados, fue un pecado de soberbia; el PSOE se aprovechó de inmediato, y el diálogo bilateral, vendido como un éxito histórico, quedó en nada. Muchos republicanos de piedra picada, decepcionados, se han abstenido o han abrazado el resistencialismo simbólico de Puigdemont. Y los nuevos votantes que habían abandonado temporalmente al PSC volvieron al redil, interpelados por los llamamientos socialistas a detener al PP. Una doble hemorragia que explica las sucesivas derrotas electorales de ERC en los últimos años.
El descabezamiento del liderazgo del partido —con Junqueras fuera de circulación durante varios años— tiene mucho que ver con ello. La ausencia de un relevo con garantías, también: ERC ha mostrado una alarmante falta de cuadros políticos de nivel, lo que ha puesto sordina a su presencia pública, haciendo que fracase como partido de gestión. Ni el gobierno de Pere Aragonès ni las grandes alcaldías obtenidas en 2019 (Lleida, Tarragona, Sant Cugat...) han dejado un rastro de gobernanza eficaz, ni han hecho vislumbrar nuevos liderazgos.
Sin embargo, es muy difícil que el congreso de ERC modifique sustancialmente el rumbo del partido. Gane o no Junqueras, el único camino viable para los republicanos es llegar a acuerdos provechosos con los socialistas, elevando el listón de la exigencia, y prepararse para cuando llegue el invierno popular. De hecho, es la misma vía que deben transitar los de Junts, aunque le pongan más épica. El único aspecto en el que el congreso podría abrir un debate interesante es la unidad de acción independentista en Madrid. Pero si los líderes siguen trabados en el marco mental del 2017, esto parece una quimera.
Dicho esto, en momentos de incendio es importante salvar los muebles. Y ERC tiene un par que salvar. Uno, inmaterial, es su reputación: por eso es necesario que todo lo que tiene que ver con las campañas B quede desenmascarado y castigado. El otro, más práctico, es el contenido de los últimos acuerdos con el PSC. Especialmente la financiación. Porque Catalunya se juega mucho en términos económicos, pero también porque, como ya se está viendo, es una buena oportunidad para poner en tensión las costuras del Estado autonómico, como lo hizo el malogrado Estatut del 2006. Conviene recordar que también ERC pagó los platos rotos. Pero en ese momento se plantó la semilla del Procés.