En caso de que en octubre se repitieran las elecciones al Parlament de Catalunya, el barómetro del CEO prevé unos resultados bastante similares a los de los comicios del pasado 12 de mayo. El PSC volvería a ganar (pero necesitaría apoyos) y Junts y ERC se mantendrían, respectivamente, en el segundo y tercer puesto. El bloque independentista (los dos citados más la CUP) no sumaría mayoría ni por el lado alto de las respectivas horquillas, y la suma más plausible sería la del PSC, ERC y Comuns, es decir, una especie de edición post-Proceso de los tripartitos de izquierdas que gobernaron Catalunya de 2003 a 2010.
Esto es lo que hay. Que Salvador Illa se convierta en presidente de la Generalitat les puede parecer el fin del país a algunos patriotas, pero éste sería el resultado más visible de lo que ha logrado el independentismo catalán después de siete años desangrándose en luchas de poder y en miserias internas. Hay más: la suma de PSC y PP podría llegar a ser de 63 diputados, y el PP, en concreto, podría llegar a los dieciocho escaños en octubre, seguramente después de tragar los últimos restos de lo que fue Ciudadanos. Vox podría mantenerse en los once escaños que ya tiene, o algo menos. El independentismo, en conjunto, habría perdido un millón y medio de votos respecto a 2017. ERC se encuentra ahora mismo en desecho, entre el escándalo de la estructura paralela que llevaba a cabo “acciones de activismo” como el cartel del alzheimer, y crisis internas y de liderazgo. La CUP navega dentro del mar de sus redefiniciones y Junts no ofrece más que la promesa del regreso de Puigdemont, un hecho de enjuague simbólico y mucho ruido mediático pero sin efectos a la hora de armar una mayoría parlamentaria. Menos aún con un independentismo roto y peleado, y con un apoyo de la ciudadanía a la independencia que ha descendido hasta el 40%, frente a un 53% que se declara contrario.
El independentismo ha llegado a un fin de ciclo, y en vez de intentar evitar que Isla sea presidente, necesita mucho más volver a empezar, no precisamente de cero. Jordi Cuixart ya dijo hace unos años que hacía falta nuevos liderazgos y predicó con el ejemplo renunciando a la presidencia de Òmnium. Sin embargo, el ejemplo no ha tenido demasiado predicamento, salvo la peripecia de ANC y el liderazgo pintoresco de Lluís Llach. Por otra parte, lo de repetir elecciones a ver si acaba saliendo lo que uno quiere es una fea costumbre que iniciaron Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, pero es de un nivel bajo, aparte de salir caro (19 millones de euros, las catalanas) y de condenar al país a la inacción gubernamental e institucional, que también tiene consecuencias económicas nefastas para mucha gente.
Finalmente, es perceptible el rumor favorable a blanquear a Aliança Catalana para, llegado el caso, poder aceptar sus votos y formar una hipotética mayoría con la extrema derecha xenófoba. O, en los sueños de algunos, declarar con ellos su independencia. Quizás ya sea momento de dejar claro que muchos estaremos siempre –siempre– contra cualquier proyecto que quiera contar con el apoyo de esta gentuza.