La toma de Mequinenza y la cola del embalse de Ribarroja en una foto de archivo
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Los chaparrones que han devastado extensas zonas de la Comunidad Valenciana causando una mortandad con pocos precedentes me han traído recuerdos de infancia. Nacidos más o menos entre 1890 y 1900, a los viejos de cuando yo era jovencito, incluido mi abuelo José, les gustaba contar historias de la gran riada de 1907, que causó grandes daños en el Segrià. En el caso de mi pueblo, la Granja de Escarpe, la confluencia del Segre con el Cinca y después, ya en Mequinenza, con el Ebro, el aguacero transformó totalmente el paisaje. La mayoría del lignito que se extraía de las minas se transportaba en aquellos tiempos por vía fluvial, como lo explicó mi añorado amigo Jesús Moncada a Camino de sirga. ¿Cómo se trataban en los medios esos desastres hace 117 años? Y los políticos, ¿también iban a hacerse fotos con las perneras del pantalón embarrado? ¿Había voluntarios venidos de otros sitios? Sorprendentemente, todo era muy parecido a la actualidad, como veremos a continuación.

"Pero la gente de Lleyda's preocupaba por los vecinos del Cabo-puente, qué casas habían sido inundadas por el río que llegaba hasta cerca del primer piso: callado el sentimiento del interés material, sólo se mantenía vivo lo de humanidad: todo el mundo temía por la suerte de los habitantes de Cabo-puente. Silencio de muerte acompañó a los primeros ensayos de salvamento: silencio de muerte las siguió"., se explica en el número 231 de La Ilustración Catalana, correspondiente al día tres de noviembre de 1907. "El río [Segre], nuestro viejo amigo", lo había devastado todo. La catástrofe no afectaba sólo a las Tierras de Poniente. La Vanguardia del miércoles 23 de octubre informaba detalladamente de los estragos que los aguaceros habían causado en toda Cataluña, de manera especial en la zona del río Cardener, en la cuenca del Llobregat y en la misma ciudad de Barcelona (Vallcarca, explica la crónica, se convirtió en un barro intransitable). El diario proporciona una información meteorológica precisa y actualizada y, algo importante, detalla qué hacen o dejan de hacer los responsables políticos a lo largo de esos días. Día 27 de octubre: "Ayer se recibió en la alcaldía [de Barcelona] el siguiente telegrama (...) Urge desagüe. El ayuntamiento [de Lleida] carece de suficiente material para la extracción de agua. Agradecería mande inmediatamente cuantas bombas sea posible. El alcalde: Francisco Cuesta". También se detalla la intervención del ejército para realizar un puente provisional en la capital del Segrià. El material gráfico es de calidad y resulta inesperadamente abundante. Los medios implicados saben que eso tiene interés y no se ahorran un real.

Entre las fotos, destacaría dos publicadas en La Ilustración Catalana (que, por cierto, en ese momento no lleva ella geminada). Una es la inevitable imagen del político que se arremanga la camisa en solidaridad con sus conciudadanos. En este caso se trata de un diputado Francesc Macià de 48 años con un imponente bigotazo negro (la mayoría de fotografías del presidente conocido como Avi lo muestran ya mayor). Va en una barquita con otras personas por la confluencia del Segre y el Cinca, en la Granja de Escarpe, y mira a cámara muy consciente de lo que está haciendo. En la segunda, según el pie de foto, se ve el "grupo de esforsados ​​marinos de Tarragona y de ésta [?] que fueron a Lleyda a dar auxilio". Son los voluntarios del año 1907. También se hacen públicas quejas sobre la gestión del desastre, algunas de ellas sólo insinuadas y otras más explícitas, así como iniciativas solidarias canalizadas por "juntas de auxilio". Todo es, por tanto, extraordinariamente parecido a lo que ahora mismo está pasando por tierras valencianas. ¿Existe alguna diferencia remarcable? Sí, por supuesto, y subrayaría un par.

En primer lugar, ya pesar de la tendencia a la prosa florecida de la época, la información rehuye a los efluvios sentimentales. En muchas conexiones televisivas que he visto estos días, en cambio, el objetivo parece ser lo contrario: intentar de todas pasadas que al entrevistado o entrevistada le derrame la lagrimita ante una cámara que entonces no duda ni un segundo en hacer un primero plano. Una segunda diferencia radica, obviamente, en la ausencia de referentes informativos ajenos al propio trabajo del periodista. En el caso de la tragedia de Valencia, en muchos momentos costaba distinguir un rumor viralizado en las redes sociales de una información convenientemente contrastada por un profesional de la información. El año 2024, el papel de los medios como propagadores involuntarios de teorías de poca monta debería hacernos reflexionar, y mucho, sobre la promiscuidad entre las redes y el periodismo profesional. A menudo, contar un rumor es expandirlo.

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