Rubiales y los campeones de la equidistancia
Cualquiera que haya seguido las intervenciones de Rubiales esta última semana, con mención especial a la farsa asamblearia de la RFEF, podría pensar que las barbaridades verbales del exfutbolista son la reacción miedosa de una bestia que lucha por su supervivencia, contorsiones adrenalínicas de un depredador enjaulado.
Pero las palabras de Rubiales, y la metástasis discursiva en forma de comunicados, no son una huida hacia adelante. Tampoco la explosión irreflexiva de quien, frente a unos hechos retransmitidos mundialmente, se atrinchera en el narcisismo testosterónico. Y menos podemos caer en el consolador “es una pena que, en pleno s. XXI, queden personas así de retrógradas”, como si el discurso de Rubiales fuera el balbuceo arcaico de un neandertal.
Muy al contrario. Rubiales hizo bandera de un antifeminismo jurídicamente calculado y perfectamente contemporáneo, que entronca con una cosmovisión reaccionaria que está capilarizando capas cada vez más amplias de la sociedad. Se trata de un sentido demasiado común según el cual el feminismo no solo pone en peligro la vida de los hombres blancos, cis y heterosexuales –con denuncias falsas, ideología de género, lenguaje inclusivo y cacerías de brujas–, sino que también amenaza a la familia tradicional –desnaturalizando los sexos con toda clase de desviaciones y perversiones– y atentando, en último término, contra la patria –se facilita el aborto, la natalidad autóctona cae y se abren las puertas de la sustitución racial.
Este antifeminismo, y su organización dentro y fuera de las redes, ha sido analizado por autoras como Laura Bates, Melinda Cooper, Julia Ebner, Susanne Kaiser o Marta Cabezas y Cristina Vega. El libro de estas últimas, La reacción patriarcal, aborda precisamente la relación entre neoliberalismo autoritario, politización religiosa y nuevas derechas, considerando que si bien el antifeminismo es el pegamento simbólico de los discursos de extrema derecha, también cohesiona a ciertos sectores nostálgicos de izquierda, que quieren acabar con la brecha salarial promoviendo el retorno de las mujeres a su rol de madres y cuidadoras –revitalizando un obrerismo populista donde el sujeto oprimido de clase trabajadora es siempre masculino.
Visto así, las performances de Rubiales no son –solo– las de un mártir de la machosfera digital y analógica que se dedica a remover el estercolero supremacista. Son también la pieza clave de un engranaje neorreaccionario que sitúa a Rubiales y Hermoso en los polos opuestos de la polémica, haciendo compatible la “condena sin paliativos” de los actos de Rubiales con denunciar los excesos del tribunal popular feminista. Dicho de otro modo, el discurso de Rubiales –y las narrativas equidistantes que lo enmarcan– escapan a las cámaras de eco ultras, y hacen que muchas personas que están –¡evidentemente!– en contra de la violencia machista, puedan acabar preguntándose si no será verdad que hay un feminismo opresivo y totalitario, que persigue a los hombres y alimenta una cultura de la cancelación peligrosa: al final, ¡solo era un piquito, ella también lo abrazó y en los vídeos posteriores se la veía reír!
Es decisivo, pues, acabar con la idea de que los Rubiales, dentro y fuera del fútbol, son una anomalía histórica, vestigios de una época pasada. Su teatralidad hiperestimulada no son las estrecheces de un mundo que se acaba, sino el reagrupamiento neorreaccionario que se cuela en el sentido común. Y es precisamente aquí, en la posibilidad de hacer frente al antifeminismo popular, donde la emergencia del #SeAcabó empuja el movimiento de fondo para dar la vuelta a las estructuras patriarcales al ritmo de lo que Raymond Williams llamaba la larga revolución. Ya no hablamos del corto plazo de la destitución y posible condena, sino de la capacidad de abrir un resquicio en el discurso hegemónico que ampara el victimismo de ellos y la revictimización de ellas.
Está claro que hay una extrema derecha supremacista que niega la existencia de la violencia machista; pero esta solo podrá imponerse si los campeones de la equidistancia –que no son solo los que callan– siguen alertando de los excesos del feminismo, tapando la violencia estructural con menciones a la libertad de expresión y recordándonos que los Rubiales son cosa del pasado y que, ay, ellos también tienen madres, hijas y hermanas.