El ruido equivocado

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Efectes del temporal Gloria a la posidonia

Estos días de ventanas abiertas mañana, tarde y noche para que pase un poco de aire, aunque sea caliente, es inevitable oír de nuevo todos los ruidos de la ciudad. Los gritos de la chiquillería cuando entran en la escuela, la perforadora de las obras que hacen debajo de casa para arreglar la calle, el martillo de casa de los vecinos que reforman la cocina o el baño o las dos cosas, el camión de la basura que se lleva lo que se recicla y el que no, el insufrible bocinazo que dan los coches actuales por cualquier cosa, las sirenas de las ambulancias, los autobuses que giran, la conversación poco discreta de unos hombres bajo el balcón, las risas de unas chicas que pasan, los pájaros que no dejan de piar. Es inevitable también, ahora que empezamos a dejar atrás la pandemia, o que lo parece, recordar aquellos días de silencio de cuando todo estaba parado. Y añorarlo. Solo el silencio. Y lo que cada cual quiera poner en su lista de cosas buenas del confinamiento.

Se habla demasiado poco de la contaminación acústica y tendríamos que empezar a escucharla para evitar que el silencio nos continúe sorprendiendo. Un estudio liderado por la investigadora Marta Solé del Laboratorio de Aplicacions Bioacústicas de la Universitat Politècnica de Catalunya ha demostrado que el ruido que hacemos en el mar perjudica, entre otros, a las praderas de posidonia. Esta investigación evidencia la capacidad humana de reducir estas praderas, cuya importancia ecológica se conoce desde hace tiempo, por esta creencia persistente de que la Tierra nos pertenece y podemos hacer cualquier cosa con ella. Ir en moto por el agua, por ejemplo. Empieza la temporada de incordiar a la naturaleza algo más si hace falta. Nos va la vida. Pero tenemos una mirada tan corta de vista que pensamos que mejor que desaparezca la posidonia porque nos ensucia el baño en el mar. 

Hemos aceptado y asumido el ruido como un rasgo irremediable de nuestro entorno, pero, en cambio, no hacemos suficiente ruido cuando nos matan cada día a una de nosotras y a nuestros hijos, cuando nos violan y las acusadas somos nosotras, cuando desahucian a nuestros vecinos que se acaban lanzando desesperados al vacío al que les aboca este sistema inclemente, cuando nos suben descaradamente el precio de la luz y la solución política es que nos lo suban igualmente pero unas horas más tarde, cuando se utilizan los indultos como el chantaje que son y como base de un diálogo estéril pleno de condiciones inaceptables, cuando pretenden que un pueblo deje de ser libre porque la Constitución lo prohíbe, cuando de un rey se dice que se ha marchado a vivir a Abu Dhabi porque ha querido, se impide una investigación parlamentaria después de descubrir cuentas muy poco patrias en Suiza y Andorra pero se le continúa pagando un dinero de nuestros impuestos, cuando los exiliados políticos son fugados de la justicia, cuando las injurias a la Corona son un delito y se persigue a cantantes mientras se aplauden los cánticos de los fascistas y sus organizaciones, cuando se reúne el G-7 para hablar durante más de 30 segundos de cómo continuar explotando a los países pobres a cambio de vacunarles en 2022, cuando países de la UE como Hungría y Polonia están restringiendo cada vez más los derechos de las mujeres y de las personas LGTBI, cuando las cloacas de los estados siempre están tan llenas de mierda y limpiarlas es sólo una fantasía. Cuando se han perdido las utopías y las distopías nos pasan por encima como una apisonadora, haciendo escándalo para alertarnos pero no lo bastante para despertarnos. 

En algún momento del mundo este ruido nos tendría que llevar a un silencio placentero y no a esta calma inquietante.

Natza Farré es periodista

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