Rusia y la guerra de los alimentos

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Un almacén de gra al puerto de Odessa, en Ucrania

Rusia y Ucrania son exportadores clave de trigo a escala mundial; en el caso de Rusia, se añade la producción de fertilizantes, y en el de Ucrania, de aceite de girasol y maíz. La guerra entre los dos países, provocada por la invasión del ejército de Putin, cada día que pasa agrava más el abastecimiento global de estos alimentos esenciales. La ONU ya habla de "un año de hambre catastrófico" si no se encuentra una solución con celeridad. Según estimaciones de los expertos, de los 195 países del mundo, al menos 34 (5 en Asia y 29 en África) son incapaces de producir su comida debido a limitaciones en el acceso al agua o la tierra.

La reunión este miércoles en Estambul de delegaciones militares de los dos países en conflicto con la mediación de la ONU y de Turquía busca desbloquear la situación con la apertura del puerto de Odesa, creando un pasillo marítimo. Actualmente, hay más de 20 millones de toneladas de trigo en silos en Odesa esperando poder viajar. Ahora mismo, los agricultores de los dos países están en plena cosecha y entre julio y noviembre es cuando se exporta el grueso del trigo. El peligro de que no se pueda hacer es elevado. Las conversaciones en curso son, pues, cruciales. De ello depende el hambre en el mundo.

La guerra de Ucrania ha desestabilizado la economía mundial, tanto en el campo energético, con los países dependientes del gas ruso como principales víctimas (por ejemplo Alemania), como en el campo de la alimentación, en este caso con el continente africano en la posición más vulnerable. El trigo de Ucrania y Rusia se exporta principalmente a Oriente Medio y al norte del África. Rusia, afectada por el boicot de Occidente, está usando este doble chantaje como fuerza de presión para conseguir precisamente minimizar el boicot. El conflicto, y el destino de millones de personas, también se juega en los despachos. Desde el ataque ruso, el mundo es más inseguro y más precario. Pero la situación, en cuanto al comercio de alimentos, ya había empeorado mucho con la pandemia, con la logística de la distribución y el mercado laboral claramente afectados. No hay que olvidar, además, los efectos del cambio climático sobre la producción de alimentos. Ahora mismo, los precios de los alimentos básicos se han disparado (también debido al incremento de coste de la energía) y el trigo no llega a destino.

En la actualidad, el 25% de la comida para el consumo humano se distribuye gracias al comercio internacional, una situación difícilmente reversible. Por tocada que esté la globalización por la guerra y la pandemia, no habrá más remedio que volver a activar el comercio. No se puede jugar con el hambre del mundo. Otra cosa es trabajar por que en un futuro este porcentaje disminuya, de forma que más países sean capaces de responder desde dentro al grueso de su consumo alimentario, igual como por ejemplo se está renfocando la producción energética en el mismo sentido. En todo caso, hoy ya está claro que el objetivo de la ONU de acabar con el hambre global en 2030 ya no es posible. Después de unos años de adelantos, desde el 2015 la situación ha reculado, y ahora lo está haciendo de manera acentuada por la guerra de Ucrania. El acuerdo por la salida del trigo ucraniano de Odesa es una absoluta prioridad.

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