La salud mental como privilegio
La situación provocada por la pandemia del covid-19 ha puesto de relieve, entre otras cosas cosas, la importancia que tiene la salud mental. Desde el inicio de la pandemia, la ansiedad, la depresión, la angustia, el estrés y el malestar asociados a la nueva realidad que vivimos no han parado de aumentar. El aislamiento, las restricciones de movilidad y la reducción de la interacción social inciden negativamente en la salud de las personas, especialmente de las más vulnerables.
Esta situación ha evidenciado que es importante defender que el tratamiento psicológico tiene que ser accesible para todo el mundo y, por lo tanto, que tiene que formar parte del sistema público de salud de una manera real y eficaz que no se centre en la medicalización y que atienda procesos terapéuticos de acompañamiento psicológico que sean sostenidos en el tiempo. Todo esto no puede depender de la capacidad económica individual, porque, si no tiene acceso a ello todo el mundo, se perpetúan las desigualdades y se crean diferencias entre las personas que se pueden permitir una atención continuada privada y las que no.
Estirando este hilo, también hay que tener en cuenta que la desigualdad y la pobreza a menudo tienen rostro de mujer. Durante la pandemia las mujeres, de media, han dedicado más tiempo a las tareas de cuidados y del hogar. Este hecho supone una carga extra que puede provocar agotamiento físico y mental. Es importante visibilizar que las mujeres cuidadoras (haciendo incidencia en que los trabajos de cuidados son muy precarios y son llevados a cabo en su mayoría por mujeres migradas y racializadas) también requieren cuidados.
Según el informe elaborado por el Instituto Catalán de las Mujeres sobre el impacto de género del covid-19, durante los meses de confinamiento el 91,4% de las mujeres se dedicaron a las tareas del hogar, respecto al 77,2% de los hombres, y el 30,8% de las mujeres se dedicaron al cuidado de los hijos, respecto al 20,9% de los hombres. El 64,2% de mujeres manifiestan que son ellas las que se ocuparon de las responsabilidades escolares de sus hijos e hijas durante el confinamiento respecto al 35,4% de hombres. Todo esto provoca una sobrecarga personal que genera agotamiento físico y mental y frustración.
Los estudios demuestran que las violencias machistas, la discriminación y la precariedad laboral y económica que sufren las mujeres provocadas por el sistema heteropatriarcal, racista, capacitista y capitalista son, en parte, las causas que provocan la indefensión, la dependencia y la baja autoestima, factores que influyen en la aparición de trastornos de salud mental.
Hay que socializar y entender las causas sistémicas que afectan la salud mental y diferenciar las que afectan a colectivos determinados para revertirlas.
Las mujeres, además, sufren más estigma por el hecho de ser mujeres y sufrir algún trastorno de salud mental. Los datos son aterradores. De hecho, según la Federación Salud Mental Catalunya, el 75% de las mujeres con problemas de salud mental han sufrido violencia machista en el ámbito de la pareja y/o familiar y el 40% han sufrido violencia sexual.
A pesar de todos los adelantos que se han hecho todavía estamos muy lejos de incorporar la perspectiva de género a las políticas de salud y el modelo de atención sanitaria de la salud mental. El sistema está basado en la mirada androcéntrica y está pensado por ellos. Este sesgo sexista afecta directamente de forma negativa en el bienestar de las mujeres y su calidad de vida. De hecho, aunque las mujeres tengamos una esperanza de vida superior a los hombres, somos más vulnerables en salud mental debido a las condiciones materiales y sociales a las que estamos expuestas. Si a esto le sumamos una falta de recursos en el sistema público de salud para atender esta problemática (personal, horas de visita, carencia de atención continuada…), el resultado es devastador.
Todo ello es indignante. Como lo es que enfermedades que afectan a las mujeres sean menos investigadas: esto pasa, por ejemplo, con la endometriosis, o con el hecho que nos cueste identificar los síntomas del ataque de corazón en las mujeres pero conocemos perfectamente los que afectan a los hombres, que son muy diferentes.
En relación a todo esto, y para acabar, otro factor a destacar es la hipermedicalización. Los estudios demuestran que las mujeres consumen más psicofármacos y antidepresivos que los hombres y que delante de problemas o trastornos de salud mental que podrían ser consecuencia de factores sociales y de desigualdad la solución es mucho más a menudo la medicalización.
Empieza a ser hora de reflexionar, ahora que la pandemia nos ha abierto la puerta a hacerlo, sobre el sesgo de género relativo a la salud en general, y a la salud mental en particular.