Señores despeinados

Han coincidido en Barcelona Miquel Barceló y Tim Burton, dos señores con el pelo desgarrado. Dos increíbles creadores. El pintor y escultor tiene 67 años, y el cineasta tiene 65. El peinado despeinado que acarrean es, como todo en ellos, una declaración estética, es decir, ética: estoy más allá de las modas, soy libre, y tengo más cuidado de mi obra que de mi cuerpo, pero una y otra se parecen. Miras las cerámicas de Miquel Barceló y miras su (des)peinado y encuentras la misma expresividad desatada. Barro y pelo, dos materias para crear formas que nos sacuden y nos atraen. Miras a los personajes grotescos, surrealistas y desgarbados de las películas de Tim Burton y lo ves a él, a la vez frágil y mágico. A ambos es como si las ideas les estallaran en la cabeza, como si el pelo elevado y anárquico fuera pensamiento en proceso de formación, o de deformación. Son genios en ebullición constante. Incluso en la punta del cabello.

En este país tuvimos al sabio Eduard Punset, que también lucía una cabeza de rizos blancos erectos, como un mar de cabritas embravecido. Pero el ejemplo clásico y universal de sabio despistado y despeinado es Albert Einstein, con su melena que no sabías si subía o bajaba. Todo es relativo, claro. En el terreno del arte, Warhol fue de los primeros en deconstruir su peinado (los pintores de las vanguardias clásicas o eran calvos, como Picasso, o iban bien grises, como Braque, Tzara o Miró: reservaban la revolución estética para la obra, sólo Dalí, una especie de disidente narcisista, empezó en épater con su aspecto, sobre todo vía bigote). Si vamos más atrás, cabelleras asilvestradas encontramos pocas, un poco la de Beethoven, a finales del XVIII al XIX. En los Novecientos, liberados de las pelucas, los cambios de moda masculina fueron produciéndose más por el lado de las barbas y los bigotes que de un pelo domesticado.

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En el siglo XX, la liberación de la mujer ha comportado un lento avance en la feminización, aunque sólo sea formal, del hombre, que cada vez se preocupa más por el suyo look. Tanto como ellas, de pies a cabeza. A menudo por mostrar un (¿estudiado?) aspecto despreocupado, como Barceló y Burton. Antes los hombres lo tenían fácil, se trataba de seguir unas pocas reglas bastante sencillas. No se esperaba de ellos demasiada originalidad estética. La genialidad tenían que demostrarla en la vida pública, que tenían reservada como campo casi exclusivo: en la política, el deporte, el arte, la ciencia... Esto ha cambiado. Las mujeres han empezado a acceder a profesiones y roles antes masculinos y, al mismo tiempo, todos, hombres y mujeres, sentimos con intensidad la presión estética sobre nuestros cuerpos. La anorexia, por ejemplo, comienza a hacer estragos también en los chicos.

Los adolescentes-jóvenes, ellos y ellas, dan mucha importancia al propio aspecto, a través del cual se afirman, se construyen, se desmarcan de las normas y códigos impuestos. Pero ciñémonos al peinado: no peinarse es una moda. Una declaración de intenciones. Es decir: no me importa qué piensa de mí, mi belleza consiste en la transgresión, en lo que algunos puede considerar fealdad. Me da igual. Los cánones estéticos no me afectan. Tengo unos propios. Soy distinto, independiente. Estoy a la vanguardia, marco el camino del futuro. Los artistas hacen de esta actitud una forma permanente de estar en el mundo, de crear lenguaje estético. Y la derecha extrema, ultra o populista se apropia: mira Milei, Johnson, Trump. Modernidad fake.

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Barceló y Burton parecen más jóvenes. Jóvenes eternos, en el mejor sentido de la expresión. Siguen en plena forma creativa y mantienen también, en su apariencia personal, una atractiva soltura natural. Qué es natural y qué artificial? Aquí entraríamos en otro debate. En cualquier caso, Barceló y Burton no se han amanerado, más bien se han soltado. El pelo ayuda mucho, es un mensaje en sí mismo: como los jefes de donde salen, van a lo suyo, sin corsés. No hay cepillo ni colonia que los encarcele. Son libres. Para seguir innovando. Y, a pesar de ellos, para crear la moda del despeinado.