El suicidio en las cárceles
Esta semana la conselleria de Justicia presentaba una serie de medidas para la prevención del suicidio en las cárceles: control ambiental, formación para internos como elemento clave de detección de casos, medidas de aislamiento bajo supervisión psiquiátrica o el análisis de este fenómeno con perspectiva de género (dado que la masculinización de los centros penitenciarios ha invisibilizado la realidad del suicidio de las mujeres presas, aunque, en proporción, estas intentan suicidarse con mayor frecuencia, pero son menos detectadas).
Hablemos de ello.
El suicidio es un fenómeno de alta complejidad y un grave problema de salud pública. Lo es socialmente, de forma genérica, pero adquiere tasas más elevadas en determinados entornos, como los centros penitenciarios, donde se convierte en la causa individual de muerte más común.
La política de prevención del suicidio es prioritaria en estos entornos porque los elementos de riesgo, entre las cuatro paredes de un centro penitenciario, se multiplican. Hacer frente a una situación vital tan difícil como el ingreso (y la crisis derivada), la permanencia o los episodios de aislamiento, junto con otros factores de estrés que surgen en el día a día de una cárcel, generan un caldo de cultivo altamente peligroso que puede llevar al colapso emocional y a la pérdida de sentido vital.
El gran desafío para la prevención del suicidio en las prisiones es identificar a las personas más vulnerables y las situaciones de alto riesgo para intervenir efectivamente teniendo en cuenta variables relacionadas con factores socioculturales, condiciones psiquiátricas, genéticas, estrés social o bienestar emocional, entre otros.
El análisis de los suicidios en las prisiones nos revela que la mayoría se llevan a cabo cuando las personas están aisladas y, sobre todo, en momentos en los que hay menos personal (fines de semana o noches). De hecho, en los espacios de aislamiento es donde el riesgo se multiplica. La soledad forzada que conlleva estar en estos espacios, junto con la privación de libertad que supone estar en una cárcel, es devastadora para la salud mental de los internos. Si a esto se le suman las situaciones de conflicto o intimidación que pueden darse en la convivencia, se construyen entornos intimidatorios cargados de tensión, a veces permanente, que generan estados de alerta que impactan de forma directa en el bienestar emocional de las personas presas.
Otros elementos de riesgo que destacan algunas investigaciones son la falta de apoyo familiar y social (que se acentúa en el caso de las mujeres, por el doble estigma de ser mujer y presa), las conductas suicidas previas o los problemas emocionales o psiquiátricos. Todo ello evidencia la extrema complejidad en el abordaje de la prevención del suicidio en las prisiones, porque para muchos que están encerrados la muerte se convierte en la única escapatoria a la desesperanza de una vida que deja de tener sentido.
La buena noticia es que algunos de estos elementos se pueden combatir, por lo que es clave identificar los grupos potenciales y las situaciones de alto riesgo que pueden necesitar más evaluación, intervención y seguimiento. Así pues, será clave tomar medidas en este sentido.