Terremoto en Afganistán: cuando el silencio mata

El terremoto que ha golpeado recientemente Afganistán ha dejado un rastro de destrucción y muerte. Miles de personas han perdido la vida, otras miles han resultado heridas, y detrás de cada cifra hay historias rotas, familias destruidas y futuros arrebatados. Pero entre ese dolor inmenso hay una herida que sangra aún más que todas las demás: la de las mujeres afganas.

He estado hablando estos días con las chicas que trabajan en la organización en apoyo de las mujeres y niñas afganas Ponts per la Pau. En concreto, una de ellas, Arezo Ahmadi, me dice entre lágrimas que a su hermana sólo le quedaba un año para terminar sus estudios de medicina. Una realidad estremecedora me golpea: después de la catástrofe muchas mujeres no han podido recibir atención médica porque no había médicos disponibles. Los talibanes, con sus restricciones inhumanas, han impedido que las graduadas de la Universidad de Spien Ghar –mujeres preparadas y con conocimientos para salvar vidas– pudieran estar allí atendiendo a las afectadas. Éstas dan médicos existían, estaban preparadas y podían haber estado junto a las víctimas, pero su derecho a ejercer –como el derecho a estudiar, hoy, en Afganistán–, su derecho a ser, les ha sido negado.

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No nos encontramos sólo ante un problema de salud pública: lo que nos ocupa es un asesinato por omisión. Cuando se prohíbe la educación de las niñas y el ejercicio profesional de las mujeres, no sólo se les roba el futuro: se las condena a muerte. Hoy, en medio de los escombros y el polvo del terremoto, hay mujeres que podrían estar vivas, todavía podrían estar entre nosotros, si el mundo hubiera actuado para garantizar y blindar el derecho fundamental a la educación ya la igualdad de las mujeres afganas.

Cada vez que una escuela se cierra a las niñas, cada vez que una universidad expulsa a los estudiantes, lo que se cierra no es sólo una puerta al conocimiento: es una puerta a la vida. Este terremoto ha puesto en evidencia la tragedia más profunda de Afganistán: no sólo hay destrucción natural, existe una destrucción humana, deliberada, contra las mujeres.

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La pregunta que debería perseguir a todo el mundo que es espectador de esta tragedia es cuántas vidas más tendrán que perderse antes de que el mundo actúe. Cuantas mujeres más tendrán que morir en silencio para que se las reconozca como seres humanos con el mismo derecho a estudiar, trabajar y vivir que cualquier otro.

El terremoto ha hecho temblar la tierra, pero hace años que las mujeres afganas viven bajo un terremoto constante: el de la represión, el de la invisibilización y el de la injusticia. Hoy no podemos callar. Hay que levantar la voz, aquí y en todas partes, porque sin el derecho a la educación ya la libertad de las mujeres nunca habrá paz ni esperanza en Afganistán.