El tiempo perdido de las mujeres
A ellos les hace gracia, incluso se burlan de ello, que tantas señoras se pasen las tardes haciendo lo que despectivamente llaman "extraescolares para adultos". Y es cierto que los clubes de lectura, las conferencias, los talleres en los centros cívicos, los cursos sobre las materias más variadas se sostienen mayoritariamente por una asistencia formada casi siempre por mujeres y de cierta edad. Los hombres que prefieren dedicar la energía vital que les queda a mirar un par de docenas de muchachos en pantalones cortos persiguiendo una pelota no se preguntan por qué se comportan así, las mujeres, por qué les ha dado por esta hiperactividad. Para empezar porque a ellas los muchachos que corren sobre el césped no les interesan nada y para continuar porque muchas forman parte de una generación que nunca ha podido hacer lo que ha querido, que ha ido dejando de lado, a lo largo de años y décadas, todos aquellos intereses que no fueran estrictamente útiles para el sostenimiento de la vida familiar y el otro trabajo, el que da un sueldo. Algunas se quejan por ese robo masivo y normalizado. Una de ellas lo expresó con una indignación razonable: "Ahora me doy cuenta de que me han engañado toda la vida". Otras callan y dejan al marido "de cara a la televisión" (expresión que utilizó una feminista valenciana cuando explicaba sus inicios en el asociacionismo por la igualdad en los años setenta y cómo lo hacía para asistir a las reuniones) y disponen de su propio tiempo ahora que ya no tienen que cuidar a hijos ni nietos ni padres ni discapacitados.
Con esto no digo que cuidar de los demás sea una pérdida de tiempo, todo lo contrario: cada vez me parece que solo tenemos sentido en tanto que individuos en relación con los demás y que sin los demás no solo no somos sino que no sobreviviríamos. Hay una dignidad intrínseca en cuidar a alguien, un sentido profundo de la existencia que para quienes no tenemos fe ni religión vale como asidero para entender qué hemos venido a hacer a este mundo. Si no sostenemos la vida, por cierto, no existiría nada, ni la economía ni el progreso ni bancos mundiales ni bolsas que suben y bajan. El problema ha sido el reparto de las funciones, que se carguen sobre las mujeres, por el hecho de ser mujeres y madres, todos y cada uno de los trabajos necesarios para mantenernos vivos, sanos y felices. Leo, por ejemplo, la rutina que llevaba Vargas Llosa: ejercicio por la mañana, escribir hasta el mediodía, lectura de tarde y ejercicio de nuevo por la noche. Algunos admiran ese compromiso con la profesión y subrayan que escribía siete días a la semana. No les llama la atención ni les escandaliza que en su agenda no hubiera ni una hora dedicada a cocinar, limpiar u ocuparse de seres queridos que pudieran necesitarlo. Me dirán que era un hombre rico y que se podía permitir contratar a otras personas que se ocuparan de esa parte tan poco creativa de la vida del Nobel, pero ¿cómo sabemos que ninguna de las mujeres que estaban a su servicio es una escritora que nunca llegará a serlo porque ni su clase social ni su sexo le permiten sacar la cabeza del barrizal del trabajo doméstico? Y de hecho hay miles de señores que sin haber tenido tanto dinero como el peruano y sin estar tocados por la gracia literaria han descuidado esa parte de su existencia, depositada siempre en la muy responsable sección femenina. Incluso los progres que querían cambiarlo todo hacían la revolución porque la "compañera" ponía a los niños a dormir y se ocupaba de los bocadillos.
Por suerte todo esto va cambiando y ahora ya sabemos que si el reparto es equitativo y nos implicamos todos en el trabajo más importante que hay, que es el de cuidarnos los unos a los otros la vida, no solo tendremos un orden más justo sino que será un orden con más sentido.