Entre 'Tor' y la Fórmula 1

El mundo y los selenitas nos miran. Lo que ocurre hoy en Catalunya es seguido con sismograma y larguistas en Malibú y en Mercurio. La fractura es la factura. Cataluña es pornográfica, por exhibicionista, descarnada. Cataluña es topless existencial aunque juegue a llevar rebequeta moral. Somos el cuchillo y el satisfyer cuando ya no queda nada. Por eso, el globo terráqueo y la confederación extraterrestre han entendido que la cosa sólo va de eso: Tor y Fórmula 1.

Cataluña siempre ha sido un corte de jamón salado atrapado, devorado por dos rebanadas caníbales. Somos funámbulos temblando a la sirga de la vida. Medio-medio. Ay-ay. Y toda esa dualidad protohamletiana. Somos ser y no ser y vete a saber. Pero ya no hay en medio. No hay menestrales, clase media, oficinista de la entrepierna, campesino medio derrochado y medio alzado. El mundo está descuartizado (política, económica, neuronalmente...) y Cataluña es su laboratorio carnicería.

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Hay una Barcelona que quiere ser la Fórmula 1. Y cualquier cosa que sea grande, gigante, colosal. Cualquier cosa, o ser, trufado de humo, ruido, olor. Cualquier cosa que arda. Rápido, rápido. Cualquier cosa que sea vista y no vista. Cualquier cosa que sea un orgasmo a las 16:34 h exactas y precisas. Y después ya está. Una noche de petardos de San Juan como modelo de ciudad.

Hay una Cataluña que, admirada, sorpresa, mareada, ha descubierto que ella también es Tor. Lo de Carles Porta no es una serie de televisión: es una Constitución de país. Tor, y que cada uno se lo empuje por donde crea, es una defensa de la tierra. De lo que se pisa. De lo que se huele, de lo que se puede perder, de lo que se puede ganar, de todo. Pero Tor es algo más. Tor no es efímero como la Fórmula 1: es una cuna de eternidad. De hecho, no es Tor: es Puerta. El tipo lleva treinta años joderle y joderle. Pico y pala, niño. Pico y pala. Todo cuesta y cuesta mucho. Lección de tecnología de pasado-presente-futuro: la vela. Luz fiel que no se apaga. El software catalán son las personas. El hardware, el bólido de Fórmula 1, marcha; Tor se queda.

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Mirad de hito a hito. La Fórmula 1 es algo, un producto, uno lo que sea, que está en todas partes. Repetitivo, clónico, fabril, placebo. Tor es único: sólo está en un sitio pero vuelta el Universo y también lo puede ver todo el mundo. Tor es moixernó, árnica. Sólo puede encontrarse aquí. Y lleva aquí desde que los siglos habitan aquí. Pero... Tor también es el paseo de Gràcia y el paseo de Gràcia es Tor. La gasolina de la vida. La Fórmula de la existencia.

Barcelona vive de lo que hace más de un siglo hicieron unos tipos que eran catalanes y querían ser catalanes y demostraban en el mundo qué era ser catalán: el modernismo. La ciudad vive de renta. El valor es éste. No se ha movido. Todo ha cambiado. Pero eso está ahí. Por eso hicieron circular los coches de Fórmula 1 por photocall original del modernismo. Se vive de esto, pero se pretende vivir de esto. Eternidad versus fugacidad. Visto por siempre y visto y no visto. La sustitución y el tuning está hecho. El incendio de ciudad como apuesta de modelo energético existencial. Rasería humana de pollos al ast dando vueltas por la ciudad. Barcelona Barbacoa.

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Tor también arde desde hace más de un siglo. Fuego de leña y sangre. Historia de historias de una lucha. El fuego es de lucha, no de barbacoa. Porque hay un fuego. No es pirotecnia. Hay un fuego y es con lo que construyeron la Barcelona hace más de un siglo. Lo hicieron con la forja de las piedras del mañana. Cada época sueña con la siguiente. Barcelona ahora sueña con ser humo, gasolina y hierro. Dentro de un siglo nadie se acordará de eso. Tierra quemada. Tor ya tiene la explicación para ahora y el próximo siglo. El espacio sideral, el mundo, Cataluña está aquí: Fórmula 1 y Tor.