El triunfo de la voluntad

Los fastos en Tel-Aviv y en Sharm al-Sheij, el discurso triunfal de Trump ante la Knesset y la firma del acuerdo de paz en un complejo turístico del mar Rojo en presencia de una treintena de mandatarios del mundo, toda esta euforia del poder, debería leerse en paralelo con realidades como la que nos contaba Cristina Mas en su reportaje del domingo en este diario. Explica cómo los campos de olivos de Cisjordania, base para la supervivencia de tantas familias, han sido arrasados sin contemplaciones: diez mil olivos arrancados en cuarenta y ocho horas por escuadrones de excavadoras protegidas por el ejército israelí. Para los palestinos, los olivos son economía, pero también paisaje, patrimonio, cultura, memoria, identidad. El hecho nos recuerda a la naturaleza ferozmente colonial de una guerra que también es de limpieza étnica. Lo peor de la guerra son los muertos, pero la guerra no son solo los muertos. Son muchas cosas al mismo tiempo, y se equivoca quien quiera creer que el odio en uno y otro bando remitirá, y que la presión contra los palestinos para que se vayan de su casa no continuará. Los hijos de los campesinos a los que se les ha arrebatado los olivos ante sus ojos impotentes, y a los que se ha dejado abandonados a la desolación y la intemperie, no saltan de alegría al paso de las comitivas oficiales. Vivirán con la marca de la humillación que se infligió a sus padres.

El cese del fuego y la liberación de los rehenes de Hamás y de los prisioneros y detenidos palestinos son, de por sí, excelentes noticias, pero no significan, de momento, el fin de nada. Apenas son el comienzo de un alto el fuego precario, más aún por la naturaleza autoritaria y voluble de su impulsor, un Trump entregado a un delirio narcisista de rey del mundo que puede dar o negar la vida a su arbitrio. Por su misma magnitud, el delirio puede trabucarse en cualquier momento. Por otro lado, no hay que olvidar que el compañero (el socio) de Trump en esta aventura, Benjamin Bibi Netanyahu, es un vividor sin escrúpulos que ahora defiende el alto el fuego y el futurible acuerdo de paz estrictamente porque esto le conviene más a su propia supervivencia que seguir haciendo caso a sus socios ultras de gobierno, que quisieran no detener la guerra.

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La paz en Oriente Medio está por ver: lo que sí vemos es un momento, verdaderamente histórico, de culto mesiánico a la personalidad de un líder. Trump ha logrado ser aclamado como un héroe, un personaje providencial, con atributos entre imperiales y semidivinos, que es como él considera que tiene que ser visto. Si este hecho ya es peligroso de por sí, la inestabilidad –la fragilidad, en el fondo– del personaje lo convierte en algo aún más peligroso. Trump hoy despliega energía y se exhibe complacido frente al mundo; sin embargo, mañana se puede sentir decepcionado por cualquier cosa. El triunfo de la voluntad es el título, de ecos nietzscheanos, del documental de Leni Riefenstahl que retrata el momento de la consolidación del poder de Adolf Hitler como líder indiscutible del Partido Nacionalsocialista, en septiembre de 1934 en Nuremberg, por aclamación y ante el entusiasmo general.