En el túnel del tiempo

En medio del enorme bullicio generado por la muerte del papa Francisco, Pedro Sánchez ha hecho una de las suyas. En plena ola de reconocimiento de un santo padre que parecía ir contra corriente, el presidente del gobierno se ha borrado de las ceremonias del entierro. La delegación española la encabezará el rey Felipe VI como jefe de estado que, libre de responsabilidades ejecutivas, tiene buena parte de su trabajo en funciones institucionales de representación, desde la presunta neutralidad ideológica de su cargo.

Con este gesto, Pedro Sánchez se sitúa al margen del corriente de exaltación que vivimos estos días, coherente con el principio de laicidad que la mayoría de partidos democráticos suscriben y que forma parte de las bases ideológicas del partido socialista. Todo duelo es personal e intransferible. El propio Sánchez propuso que el líder del PP, Núñez Feijóo, formara parte de la delegación, y está ahí en representación de un partido que siempre se ha situado en el marco de la España católica y de cierto supremacismo clerical. Es decir, cada uno ha asumido su sitio y su papel.

Cargando
No hay anuncios

Sin embargo, este domingo al Vaticano no se va solo por cortesía, sino también, en algunos casos, por intereses indisimulables. Y para muestra el desplazamiento nada inocente de Donald Trump, una persona que no se distingue por su pasión religiosa, y cuya presencia tiene todos los elementos de una advertencia hacia los cardenales que deben ponerse en la tarea de nombrar sucesor.

De hecho, el procedimiento a seguir es muy particular: 133 cardenales de edad más bien provecta, aunque quedan fuera los de más de 80 años, decidirán el futuro inmediato de la Iglesia católica. El cardenal lo es de por vida y, por lo tanto, este grupo de elegidos a dedo configura una élite bastante especial en la que las pulsiones conservadoras son inevitables. El miedo a que alguna puerta se abra demasiado, en un espacio tan cerrado, es grande. De hecho, el papa Francisco no tuvo margen para hacer realidad las innovaciones que sus palabras parecían insinuar.

Cargando
No hay anuncios

Toda votación tiende a dividir a los electores en dos bloques. Convencionalmente los llamamos conservadores y progresistas, en este caso el segundo adjetivo puede ser exagerado. En un momento en el que el Vaticano es punto de atención especialmente en el mundo occidental, cuesta entender el entusiasmo que mucha gente despliega, cuando después de la celebrada gestión del papa Francisco no se ha avanzado ni un paso en el reconocimiento de las mujeres. Y se asume con toda naturalidad una cúpula dirigente en la que no hay ni puede haber una señora, porque en la Iglesia católica las mujeres no tienen los derechos que tienen los hombres. Esa crueldad con dos mil años de existencia está perfectamente normalizada. No he oído a ninguno de los que lloran por el Papa que se queje de eso. ¿Nunca saldrán de este túnel del tiempo?